mivideodemisemana - EL FULGOR (Ramón Lluis Bande) El Documental sobre una canción de NACHO VEGAS

No les voy a negar que me costó lo suyo ver todo el documental de Nacho Vegas de una vez. 
Y eso que confío ciegamente en todo lo que rodea a Nacho Vegas, uno de mis cantantes preferidos y mi músico-refugio particular.
Al principio pensé que no sería tan complicado: Un documental de 90 minutos de noventa minutos sobre Nacho Vegas era un buen caramelo para dar al Play. Pero luego lees un poco más sobre este documental y empiezas a decir "uf, ya lo dejo para otro día". 90 minutos para hablar del proceso de creación de una canción, "el Fulgor" una canción inédita que se incluyó en el recopilatorio "Canciones inexplicables 2001-2005". 90 minutos donde solo hay 9 planos para resumir 5 momentos:

En casa de Nacho
En el local de ensayo
En el estudio de grabación
En la mezcla
En un escenario

90 minutos con 9 planos fijos, sin artificios, recordando 5 momentos del proceso de creación de una canción, y en cada uno de esos 5 momentos esa canción sonando. 7 minutos de canción sonando 5 veces a lo largo de un documental de 90 minutos.

Dar al Play es un acto de fe, pero si confías en Nacho Vegas como yo, y el buen saber hacer de Ramón Lluis Bande, al final el resultado en un original documental que el Festival In Edit lo catapultó al puesto 48 de los mejores 100 documentales musicales de la historia.



Este DVD se regaló con el número de diciembre de Rockdelux.
En este mismo número el propio director, explicaba sus impresiones sobre la creación de "EL FULGOR".





















 El cine tapa siempre la realidad que tiene delante, incluso –o sobre todo– la que asegura querer mostrar. La gran maquinaria que despliega a su alrededor acaba convirtiéndose siempre en algo más importante que lo que filma. Contagia su mentira implícita a la realidad. Es un proceso prepotente que se siente siempre más importante que la realidad que registra. A lo abrasivo de los recursos utilizados habría que añadir otra gran enfermedad del cine contemporáneo: la cinefilia. El cine siempre es autorreferencial, la mayor parte de las películas remiten a otras películas anteriores. El lenguaje está viciado por imágenes precedentes. La influencia de películas previas o del trabajo de otros directores ponen un filtro deformante en nuestra mirada. Miramos la realidad que queremos registrar a través de encuadres o movimientos de cámara aprendidos en otras películas. Cuando planificamos nuestro trabajo tenemos cientos de películas en la cabeza, incluso apostamos previamente por un tipo de mirada. Esto nos lleva a traicionar inconscientemente nuestra historia y nuestros personajes, a arrancar cada nuevo proyecto con cierta falta de honestidad hacia lo que queremos contar.

“El fulgor” atrapa cinco momentos en la vida de una canción de Nacho Vegas y nace, como proyecto cinematográfico, con la intención de evitar la situación descrita en el párrafo anterior. De ninguna manera el proceso de rodar la película podía convertirse en más importante que el acto mismo de componer la canción. Con esta premisa clara comencé el rodaje. Con un equipo reducido a la mínima expresión (una cámara de vídeo digital, un micrófono y un pequeño grupo de cómplices) empecé a citarme con Nacho Vegas para captar cada una de las fases necesarias en el crecimiento de una de sus canciones. Ese era el único compromiso de la película. Su presencia se reducía a una cámara inmóvil y discreta colocada en un lugar desde el que captar lo que sucedía delante de ella. Solo lo que pasaba delante y cómo pasaba era lo importante. No había espacio para otros condicionamientos: iluminación, guión, puesta en escena... Ninguna de esas cosas tenía relación con la película. De esta manera, y con una fidelidad inherente al proceso, rodamos en casa de Nacho, en el local de ensayo, en el estudio de grabación, en la mezcla y sobre un escenario. En ese desarrollo hubo también una necesaria y explícita renuncia a la belleza construida, artificial. Los planos tenían que buscar su necesidad, tenían que mostrar de la mejor manera posible lo que pasaba delante de la cámara sin ningún condicionante estético previo. Así, la película está compuesta por una colección de planos generales, fijos y estáticos. Largos planos-secuencia que respetan el tiempo natural de cada uno de los procedimientos. El tiempo real se transforma en el “tempo cinematográfico”.

En el montaje, las horas de material grabado plantearon una pregunta importante: ¿es la realidad la plasmación exacta de la verdad? Una pregunta que había que contestar antes de plantearse hacer cualquier cosa con la imagen. Si durante el rodaje la realidad había sido el único camino a seguir, continuar con ese planteamiento podría llevarme al error, a faltar a la verdad de la película: transmitir cinco momentos en la vida de una canción de Nacho Vegas. El registro de la realidad llevaba implícito la recogida de momentos coyunturales, muy marcados por el instante concreto y poco representativos de la “verdad” que la película quería recoger. Después de seleccionar las imágenes más “reveladoras”, las más demostrativas de una realidad genérica (y, de esta manera, de la verdad de la película), el siguiente trabajo era ensamblarlas, renunciando en la medida de las posibilidades a cualquier tipo de falseamiento retórico. Juntar unas imágenes con otras significa siempre aportar lenguaje y significados. La intención en este caso era que fuera lo más ajustado posible a las necesidades expresivas de la película, nada enfático... simples transiciones de un proceso al siguiente. Evidentemente, la película no se sometió a ninguna técnica de posproducción, contra lo que suele ser habitual. No se alteró el formato de la imagen, no se tocaron los colores, no se reencuadró ningún plano... Únicamente se hicieron pequeñas modificaciones en la mezcla de sonido, trabajos de limpieza que aportaran claridad a las tomas, grabadas siempre con micrófonos de ambiente.
“El fulgor” es una película que tiene como protagonista absoluta la canción del mismo título, un acercamiento respetuoso al nacimiento y los primeros momentos de vida pública de una canción que sirve, al mismo tiempo, como retrato íntimo de la manera de trabajar de uno de los músicos que más me emociona. Un doble primer plano (cinematográfico y musical) de una manera honesta de entender la creación artística que está desapareciendo, arrasada por la mediocridad y la falsedad que imponen el mercado y la industria (musical y cinematográfica).




Una noche de invierno
no muy lejos de aquí,
alcé la vista al cielo,
juraré todo aquello que vi.

Como un fugaz pensamiento
aquel resplandor
un inmenso estallido de luz,
llamemóslo así, el fulgor.

Y hablé con el maestro,
y hablé con el doctor,
pregunté a los marineros,
pregunté hasta al enterrador.

Pero no, nadie más lo vió,
nadie allí.
Y no, nadie lo vió,
salvo yo.

El maestro montó en cólera
y agitando frente a mí una cruz
chillo: "no hubo en la escuela
criatura más malvada que tú."

El doctor me dijó:
"sigue así y pronto acabarás
enfermo de cuerpo y mente,
aislado de la humanidad."

Los viejos marineros
parecían creer en mí,
pero apenas me hube alejado
sentilos reír tras de mí.

Tan sólo el enterrador
me escuchó sin hablar,
asintió muy despacio
y de pronto se puso a cavar.

A la gente en esta ciudad
le gusta murmurar.
Me dicen: "busca un trabajo
lábrate una vida con dignidad."

Yo huí a mi casa en el norte,
me acurruqué en mi rincón,
juntos yo y Johnny Walker
dimos forma a una extraña
y hermosa y violenta canción.

Y en la noche negra,
y en mi alma enferma,
se hizo de pronto la luz.
Y una inmensa esfera
de la que surgió
una cruel melodía.

Que no, nadie más oyó,
nadie allí.
Y no, nadie la oyó,
salvo yo.

No, nadie más lo vió,
nadie allí.
No, nadie lo vió,
nadie salvo yo.

No, nadie más lo vió,
nadie allí.
No, nadie lo vió,
nadie salvo yo.

No, nadie más lo vió,
nadie allí.
No, nadie lo vió,
salvo yo.

No, nadie más lo vió,
nadie allí.
No, nadie lo vió,
salvo yo.

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