50 DISCOS QUE CUMPLEN 50 AÑOS (1973-2023) 10 - MIKE OLDFIELD "Tubular Bells"

 


Una cosa que ya sabrán: Aqui encontrarán la melodía que acompañará tus pesadillas recordando El Exorcista.
Una cosa que quizás no sepan: Este es el primer disco publicado por la hoy mastodóntica Virgin Records.
Una injusticia: No se puede recordar esta canción de 26 minutos por 2 minutos iniciales que todo el mundo ha oido como banda sonora de El Exorcista y muy pocos como el inicio del viaje que supone escuchar los 26 minutos de una tacada. Es un viaje sonoro con mil matices, psicodelia instrumental de una mente creativa por entonces sin igual.
Y tampoco quiero olvidarme como hace todo el mundo de la cara B de este disco, otro largo tema de 23 minutos, algo más atmosférico y con más presencia de guitarra que de sintetizadores. 
A día de hoy, la Parte I tiene casi 14 millones de reproduciones y la Parte II, no llega a los 3 millones.
Hasta la inmediatez se instala en discos nada inmediatos.

Es verdad que fue el punto álgido de su carrera, pero con un poco de calma conviene escuchar aleatoriamente el resto de su universo sonoro.
Aqui ya dimos cuenta de su disco Platinum de 1979 dentro de "Coleccionando Vinilos".
Si le dan al play, solo me queda decirles......Buen Viaje.



Que gran trabajo he encontrado de este disco en la web cualia.es, realizado por Rafael García del Valle.

«Tubular Bells» (1973): Crónica de un éxito inverosímil

Hace algún tiempo, la BBC emitió un documental de elaboración propia dedicado a Mike Oldfield. Más concretamente a la gestación de su mítico Tubular Bells, el disco que le haría mundialmente famoso. Siguiendo la falta de lógica y sinrazón que es buscar la causa de todas las cosas hasta sus últimas consecuencias –hasta allí donde se demuestra que el ser humano no ha desarrollado el pensamiento necesario para comprender el mundo, algo que, por otra parte, ya está más que probado en su torpeza para deshacerlo y destruirlo— podemos afirmar que, sin aquel disco, publicado en 1972, no existiría Virgin Galactic, la compañía que promete ser pionera en los vuelos espaciales privados. De hecho, no es una afirmación propia: lo dice Richard Branson, propietario de la marca.

Mike Oldfield era un niño que jugaba con la guitarra a tocar unos cuantos acordes que le enseñó su hermana Sally, una apasionada de las nuevas músicas, como la mayoría de adolescentes de mediados de los sesenta. Un día, tras llevarse a la madre al hospital para dar a luz, el padre volvió a casa solo. Ni ella ni el bebé regresaron en bastante tiempo. Cuando Mike y Sally la volvieron a ver, era adicta a los barbitúricos y mecía a un niño imaginario que apretaba contra su pecho.

Fueron tiempos oscuros en la casa de los OldfieldMike se refugió en su guitarra y apenas hizo otra cosa que tocar y aprender por su cuenta nuevas técnicas en un ambiente de soledad y angustia.

A los quince años, estaba considerado un virtuoso en los ambientes musicales de un Londres ávido de novedades y revoluciones culturales. Y así pasaban los años, mientras tocaba con unos cuantos colegas de pub en pub, a cambio de dos libras por actuación. Durante algunas tardes de uno de esos oscuros noviembres británicos, hasta arriba de LSD, a Mike le salieron unas notas que tocó en el órgano electrónico de un colega. Las grabó en una casete y las envió a algunas productoras de música para probar suerte.

Ello no bastaba, ni de lejos, para que las grandes compañías se fijaran en él. EMI jamás hizo acuse de recibo de la primera grabación de unos cuantos acordes de lo que luego se llamaría Tubular Bells. CBS, ante la misma grabación, la rechazó por su extravagancia; ni siquiera incluía una voz cantante.

Entonces apareció otro friki-emprendedor del momento: Richard Branson; un tipo que encontró cierta oportunidad vendiendo discos de forma ilegal a precios más baratos que en las tiendas. Luego, Branson y sus colegas decidieron producir música de grupos emergentes, pero Richard no sabía nada de música: él estaba allí únicamente para ganar dinero.

Sus colegas, Simon Heyworth y Tom Newman, eran en cambio unos melómanos excéntricos. Un día, apareció Mike Oldfield con su cinta casera, suceso que Simon describe como el encuentro con un desequilibrado antisocial y autodestructivo, en pleno proceso de ruina psíquica. Pero escucharon la cinta y, cómo no, era tan rara que les fascinó. Los dos aceptaron producir el disco. Richard tuvo que confiar en sus socios e ingeniárselas para conseguir los instrumentos que se necesitaban para la grabación, demasiados y un tanto fuera de lo común, sobre todo en un momento en que apenas tenían dinero suficiente para comprar unas cuantas guitarras.

Tubular Bells fue el primer disco de Virgin Records. Tardó un año en llegar al número uno de las listas británicas. Fue un proceso lento de boca a boca y de empujones progresivos  en las radiofrecuencias de los más selectos. Poco tiempo más tarde, el azar quiso que alguien dejara el disco encima de una mesa, en una productora de cine de Estados Unidos, justo cuando unos tipos se reunían para decidir contra reloj la música de un par de escenas de su nueva película, El exorcista. El disco estaba allí, nadie lo conocía, pero lo pusieron y les gustó cómo sonaban las primeras notas. Aquello bastaba para salir del paso. Y aquello bastó para convertir a Mike Oldfield en un fenómeno internacional.

Sin todas estas pequeñas anécdotas, Richard Branson habría encontrado otras formas de llegar a ser el multimillonario que es hoy y Virgin Galactic existiría igualmente. Pero las historias fueron las que fueron: un cúmulo de miserias que se amontonaron en el mismo lugar, y favorecieron una serie de procesos personales de putrefacción que compostaron apropiadamente el terreno.

Pensemos ahora en la llegada de Oldfield a la industria desde un plano biológico. Con sus variantes, las miserias de unos son los nutrientes de otros. En términos físicos, la vida es lucha contra la entropía, es decir, un combate por mantenerse en un estado de desequilibrio frente a la estabilidad que es la muerte. El propósito para existir es inherente a la existencia misma; todo organismo quiere vivir por la simple razón de que está vivo.

La necesidad de un sentido trascendente llegaría cuando se toma conciencia de que el propio destino es la descomposición del sistema orgánico, físico y mental, para que el flujo de información que es la vida siga su progresión hacia escalas que no pertenecen al individuo. Es la biosfera, no sus individuos, lo que preocupa a la naturaleza. ¿Será sólo cuestión de selección natural?

Copyright del artículo © Rafael García del Valle.



y por último, este otro interesante reportaje extraido de humornegro.com


“Tubular Bells” fue y sigue siendo una rareza. Hasta el día de hoy parece llamativo que un sello discográfico haya elegido iniciar su historia en la industria lanzando un álbum compuesto únicamente por dos canciones de casi veinticinco minutos cada una, donde prácticamente ninguno de los tracks incluía vocales. Más llamativo resulta aún que dicho álbum se haya logrado instalar con innegable éxito en una escena plagada de grandes nombres del rock progresivo, si consideramos que el autor del larga duración era un desconocido chico de diecinueve años. Finalmente, una de las cosas más particulares e ingratas de “Tubular Bells” es que, tratándose de una obra de fantástica complejidad y belleza, haya quedado grabada en el imaginario colectivo casi únicamente como “el disco de la música de ‘The Exorcist’ (1973)”.

La juventud de Oldfield no había sido fácil. Siendo el menor de tres hermanos, la severa condición psiquiátrica que aquejaba a su madre lo había impactado a tal punto, que únicamente a través de un prolongado y autoimpuesto claustro en la música (a quien más tarde describiría como una encantadora criatura) lograría comenzar a lidiar con esto. Autodidacta y perseverante desde el primer día, terminaría transformándose en un intérprete excepcional. A los catorce años iniciaría su carrera “formal” como guitarrista participando en Sallyangie (un dúo con su hermana), para luego afianzarse como bajista en The Whole World, la banda liderada por el ex Soft Machine, Kevin Ayers. De hecho, sería este último, al regalarle una grabadora de dos pistas el mismo día que decidió disolver la banda, el culpable de plantar en Mike Oldfield la idea de alguna vez llegar a grabar su propia obra.

Habiendo grabado una versión primigenia de lo que luego se convertiría en “Part 1” de “Tubular Bells”, y luego de ser rechazado por CBS y EMI, quienes encontraron que sin voces el álbum no sería atractivo, Oldfield terminaría hallando la oportunidad de grabar su primer álbum después de participar como músico de sesión para Arthur Louis en The Manor, el estudio de grabación propiedad de un joven Richard Branson, quien precisamente se encontraba en la búsqueda de artistas para dar el puntapié inicial a su nuevo sello discográfico. Serían, de hecho, el ingeniero y el productor a cargo del estudio de grabación quienes convencerían a los fundadores de Virgin de que lo que Oldfield se traía entre manos era realmente un proyecto excepcional. Ya instalado en The Manor y con todos los astros a su favor, Oldfield comenzaría a dar cuerpo a su opera prima solicitando alrededor de una veintena de instrumentos, de los cuales, en su gran mayoría, interpretaría él mismo a la hora de grabar el álbum.

Los primeros seis minutos de “Part 1” son de aquellos pequeños retazos de música grabados en el subconsciente popular de forma indeleble. Son muy pocas las personas que no reconocen en los primeros segundos de este track los sonidos de la película “The Exorcist”, emparentando a la secuencia de piano inicial con un ánimo sombrío y tenso, que en realidad Oldfield nunca persiguió para su obra. Una de las gracias de esta secuencia de piano radica precisamente en su manera de “obligar” al cerebro a estar pendiente de ella. Al estar compuesta en una estructura de 15/8, abre con un set de ocho compases que luego, en vez de repetir, nos regala sólo siete, dejando al cerebro esperando ese octavo compás que nunca llega y que, al mismo tiempo, sirve para enganchar la siguiente serie. Luego de algunos segundos de esta cautivadora secuencia hace su entrada el bajo, dando lugar a un ambiente calmo y acogedor que, hacia el minuto dos, suma discretos compases de órgano, en lo que Oldfield imaginó como un latido cardiaco. En la medida que avanza el track, se suman paulatinamente nuevos instrumentos, llenando el paisaje de distintas y seductoras capas de sonido que corren cada una de manera independiente, sin atropellarse entre sí.

Hacia los catorce minutos de esta primera parte, viene el primer gran quiebre del tema que abre el disco, momento en el que entran marcadas guitarras distorsionadas de aire hard rock, manteniendo el ritmo por un par de minutos para luego de un breve lapso acústico dar paso a la reverberante línea de bajo que iniciará la salida del corte a contar del minuto diecisiete. Para comenzar la recta final de esta pequeña sinfonía, el maestro de ceremonias Vivian Stanshall comienza a “introducir” uno a uno distintos instrumentos que van agregando nuevos y atractivos matices a lo ya escuchado, para llegar finalmente a un clímax sonoro liderado por las tubular bells (instrumento que da nombre al álbum). Luego de esto, el corte se toma un minuto para bajar las revoluciones, cerrando perfecto y acogedor en formato acústico.

“Part 2” inicia calma y pausada, sin sacudir la tranquilidad que deja el final de la primera mitad del disco, entregándose a sonidos de aire psicodélico que transitan lenta y cómodamente hacia un ánimo abiertamente folk, que culmina cerca de los diez minutos en una suerte de tributo al inconfundible espíritu de la gaita escocesa. Sin embargo, es hacia los doce minutos de esta segunda parte donde ocurre quizás lo más llamativo del registro. No sólo hacen su entrada protagónica las voces (y la batería, también ausente hasta ese momento), sino que se toman por completo el track en lo que, más que un canto tradicional, son aullidos y gritos guturales de aspecto death metal, en un giro completamente inesperado y revitalizador. Luego de esto es imposible tildar de plano el disco. Finalmente, en el minuto veintiuno se produce un nuevo quiebre que comienza a despedir este segundo corte, desplegando una alegre tonada marinera en base a mandolina y órgano.

Los casi cincuenta minutos de “Tubular Bells” no sólo marcarían el inicio de la carrera solista de Mike Oldfield, sino que además darían un exitoso inicio al sello discográfico de Richard Branson, marcando un precedente extraordinario para un álbum de sus características, ya que incluso en un año particularmente exitoso para el rock progresivo (el mismo año se lanzó “The Dark Side Of The Moon” de Pink Floyd y “Tales From Topographic Oceans” de Yes) el disco lograría instalarse lenta pero progresivamente en las listas de lo más escuchado y en el ADN de todos lo que, a lo largo de más de cuarenta años, han tenido el privilegio de disfrutar cada uno de los rincones que dan vida a este fantástico álbum. Y es que definitivamente “Tubular Bells” excede las barreras del rock progresivo, moviéndose sin problemas a través del rock sinfónico, el folk, la psicodelia e incluso el hard rock, regalándonos una verdadera odisea sonora para disfrutar múltiples veces y redescubrir con cada nueva escucha. Ya lo decía a modo de broma la contracara del disco original, este trabajo no fue pensado para ser escuchado en reproductores de baja calidad, definitivamente se trata de un álbum que merece mucho más que eso.


Artista: Mike Oldfield

Disco: Tubular Bells

Duración: 49:16

Año: 1973

Sello: Virgin

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