50 DISCOS QUE CUMPLEN 50 AÑOS (1973-2023) 36 - LOU REED "Berlin"


Yo ya tengo a mi Lou Reed particular con Nacho Vegas, asi que la carrera de estos cantautores que todos ensalzan, al cantar en inglés y no entender bien sus letras me impiden meterme en su mundo como si hago con Nacho Vegas, Bunbury, etc...
Asi que valoro mas discos como el que aqui os traigo, que se nota que es disco sucio, tóxico, vicioso.... que camina por el lado salvaje de la vida como cantaba el propio Lou Reed.

Canciones

  • Todas las canciones está escritas y compuestas por Lou Reed.

Cara A

  1. "Berlin" – 3:23
  2. "Lady Day" – 3:40
  3. "Men of Good Fortune" – 4:37
  4. "Caroline Says I" – 3:57
  5. "How Do You Think It Feels" – 3:42
  6. "Oh, Jim" – 5:13

Cara B

  1. "Caroline Says II" – 4:10
  2. "The Kids" – 7:55
  3. "The Bed" – 5:51
  4. "Sad Song" – 6:55


 Que cosas tiene la vida. Desde la web mas inesperada para este disco, me encuentro una de las mejores reseñas sobre un disco que he leido.

Desde ELPORTALDELMETAL.COM nos llega esta maravilla, sin palabras, y que ayuda a entender el disco y que su escucha tras leerlo te cambie por completo.

Qué cabrón eres Lou ¿Cómo te atreves a dejarnos así, sin aviso? ¿Ya te has olvidado de aquel prólogo de Ignacio Juliá en un libro de traducciones de tus canciones, que ha cumplido ya dos décadas en las estanterías de mi habitación, en que afirmaba que sentarse a escuchar “Berlin” era como sentarse a escuchar a un amigo?

¿Cómo te atreves a marcharte, a tres días de una nueva noche de Halloween, que para el resto de los mortales es una excusa para llenar de calabazas recortadas en papel cualquier lugar, y que tu identificabas con el glamuroso desfile de travestis y gays que colapsaban Christopher Street ese día, junto a Tompkins Square, a escasa distancia del edificio que aparece en la cubierta del “Physical Graffiti” de Led Zeppelin?

Hoy sí que es un poco más triste este mundo sin ti, viejo buitre, que supiste retratar tu New York con una agudeza que convirtió a Scorsese y a Allen en principiantes, que te reías de Bowie, Iggy o Jim Morrison desde el puesto central y superior del podio, mientras ejercían –con indiscutible acierto- de Rockstars; que, en una época –segunda mitad de los 60- en que todos los grupos triunfaban retomando las raices del Blues (Stones, Stooges, Hendrix, Zeppelin, Cream, etc etc etc) tuviste los huevos de imponer como norma, junto a John, Moe y Sterling, que una sola nota de Blues en el local de ensayo significaría la expulsión inmediata cuando tocabas en la Velvet Underground…

¿Por qué se te fue tanto la pinza? ¿A qué venía ese disco de las meditaciones sobre el Río Hudson? ¿A qué el dedicado a Edgar Allan Poe, que no estaba mal del todo, pero se quedaba en nada junto al anterior, tu última gran obra, aquel “Ecstasy”, que a lo tonto tiene ya mas de trece años, y en el que cerrabas con aquella oda de casi veinte minutos, “Like a Possum”, en la que repetías: “tengo en el corazón un agujero del tamaño de un camión, y no se va a llenar con un polvo de una noche”?

Cuántas enseñanzas vertidas a lo largo de tantísimas canciones. Sólo tu eras capaz de escribir la maravillosa “Coney Island Baby”, admitir que te habías apuntado al equipo de fútbol porque te ponía el entrenador, y terminar dedicando aquella canción –lo repito, MA-RA-VI-LLO-SA-, a Rachel, el transexual escuálido con el que convivías por aquel entonces.

La primera chica a la que yo regalé unas flores vivía en la parte alta de una calle. Para mí aquello era “la colina”. Y tu, en esta misma canción, vuelves la vista atrás, y recuerdas a la chica que vivía en la colina. Que te amaba, aunque sabía que te estabas equivocando. Más enseñanzas, más emoción, coño!!! Y querer a esa persona que vivía en la parte alta de la calle me daba la vida, me hacía sentir como tu, Lou ¡Jóder!

Para qué seguir. Si en “Street Hassle” nos contaste como se debía colocar un cadáver, fallecido en circunstancias sospechosas, para que por la mañana pareciera un atropello accidental ¡Si le jodiste la moral a compañeros de grupo como el gran Robert Quine, que hizo de “The Blue Mask” tu disco más heavy con aquellos bestiales solos eléctricos, y cuando la crítica comenzó a hablar positivamente de él, te encargaste de anular por completo su aportación a “Legendary Hearts”, tu siguiente disco! El tío llegó una noche a casa de sus padres, se encontró con un paquete postal en que venía la cinta con las nuevas mezclas que tú habías ordenado, ¡y destrozó el cassette a martillazos! Me imagino a su anciana madre despierta por el ruido, alterada, y Quine explicándole: “Vuelve a la cama, mama, es este capullo judío, que ha borrado todas mis partes de guitarra para que yo no le pueda hacer sombra!”.

¿Y qué me dices del ilustrador español Nazario Luque, –sí, los españolitos de a pie podemos contar que un compatriota fue directamente perjudicado por tu manera de ser-, al que robaste una ilustración de un punkie travestido para la portada de tu monumental directo “Take no Prisoners” en 1978, en venganza porque un fanzine de este humilde país había reproducido letras de tus canciones sin tu permiso? ¡Jóder! ¿Qué me hará tu fantasma si se entera de que estoy largando de ti, mientras en el equipo han sonado del tirón “Transformer”, “Magic and Loss” y “Sally Can´t Dance”, tres de tus mejores discos, sin solución de continuidad?

¿Y la pobre Nico, que se mató en un accidente de bicicleta en Ibiza en 1988, y que no fue, a lo largo de los años, sino un juguete roto que nunca terminó de despegar, que lo más grande que ha hecho ha sido cantar en el primer disco de la Velvet en dos temas, entre otras cosas porque tú la vetaste a la hora de entonar “Sunday Morning”, que cantaste con voz femenina para reírte de ella!

Pero es que nos enseñaste tantas cosas, Lou…Y las que te guardarías en la manga, y te habrás llevado a la tumba. No quisiera yo verme en tu lugar precisamente hoy, que vas a tener que rendir cuentas ante todos estos personajes.

Pero me has dejado muy solo. Y como a mí, seguro que a millones. A todos los que un día aprendimos, de tu talento, que era posible cantarle a las enfermedades psíquicas, a las parafilias, a las relaciones chico-chica desde el punto de vista más dominante y enfermizo, al aislamiento social, a la última mierda de vagabundo yonkie tiroteada por la policía o desahuciada de su vivienda, como hiciste en tu mejor trabajo, el legendario “New York”, y quedar como un caballero.

En 1973 registraste “Berlin”. Tomaste como metáfora la Guerra Fría para ilustrar el íntimo mundo infernal de dos drogadictos autodestructivos, Jim y Caroline. Nadie, ni tus hermanos Dylan o Young, de los pocos que te han igualado en talento, había sonado jamás tan oscuro.

Desde el retrato que haces del Berlín de los cabarets decadentes en el title track, pasando por la ácida intensidad de esos fabulosos “Lady Day” –Ahí Jim, bautizando a su chica con el apodo que le colocaron a la cantante estadounidense Billie Holiday-, “Men of Good Fortune”, “Caroline Says I”, donde ridiculizas al hombre que, desde el principio de los tiempos ha terminado cediendo ante la mujer, algo muy conocido por todos los que tenemos cierta edad, y que es el futuro que aguarda a los más jóvenes, que no se engañe nadie; “Oh Jim” –fuerza rockera de nivel extraterreno-, “Caroline Says II”, LA CANCION MAS FRIA Y DURA JAMAS COMPUESTA, que narra la reacción del cazurro de Jim contra los argumentos de Caroline del único modo que entiende, liándose a hostias contra ella, a la que se apoda en este tema como Alaska, el nick que tomó nuestra Olvido Gara para crear a su personaje del mismo nombre; “The Kids”, censurada en su día en la España franquista, con esos espeluznantes llantos de menores, en que intervino el mismísimo bebé lactante del productor Bob Ezrin, “The Bed” (“este es el lugar en el que ella recostaba su cabeza/este es el lugar en que nuestros hijos fueron concebidos/ Y este es el lugar en que ella se cortó las venas/aquella noche horrible y fría”)…Uff. Si acaso, te puedo reprochar que te escuché tan pronto, Lou, que cuando descubrí el Death y el Black Metal, todas aquellas portadas de lápidas y esqueletos putrefactos, aquellas historias escandinavas de guitarristas asesinados por sus compañeros de grupo e iglesias quemadas… cómo decirlo, ¡me resultaban tan inofensivas!

Ay Lou, divino Lou. Que ya estás con Doc Pomus, al que dedicaste “Magic&Loss”. Y con Willie de Ville, que te criticó por ello, no sin antes haber escrito su famosa y espléndida “Spanish Stroll” inspirándose en tu inmortal “Sweet Jane”.

Berlin , por todos los demonios, como ha dicho recientemente Steve Hunter: Un disco que, sin ser Blues, cuenta una historia típica de los discos de Blues, solo que mejor contada que en los discos de Blues.

Si es que lo hiciste todo bien, Louis Allen Reed, judío nacido en una familia acomodada de Long Island. Si es que hoy mismo estaba leyendo sobre ti, y un compañero de trabajo me ha contado otra anécdota impagable. Sacó un ticket para verte en España en 1980, en el estadio del Moscardó, en el barrio madrileño de Usera, y tú lo suspendiste. Hiciste al público esperar dos horas, saliste, a los veinte minutos un objeto rozó tu pétreo rostro, pulido por la interminable mezcla de heroína y sangre que obstruía tus arterias, y te fuiste al hotel. La muchedumbre tomó el escenario, y cuentan las leyendas urbanas que cada espectador que robó un instrumento montó un grupo y se hizo famoso.

Y es que ese eres tú, Lou. Topicazo al canto, pero es que me lo creo de verdad. Ese eres tú. Material del que se hacen las leyendas. Lamento que haya gente a la que no le guste este estilo de reseñar. Lo llevan claro.

Lou Reed: Voz, Guitarra Acústica
Steve Hunter, Dick Wagner: Guitarras
Jack Bruce, Tony Levin: Bajo
Aynsley Dunbar, BJ Wilson: Batería
Bob Ezrin: Piano, Melotrón
Steve Winwood: Órgano, Harmonium
Michael Brecker: Saxo
Randy Brecker: Trompeta

Y PARA TERMINAR, OTRA GRAN (EN CALIDAD Y CANTIDAD) CRITICA DEL "BERLIN" EXTRAIDA DE DEPOSITOSONORO.COM

Defenestrado por la crítica musical de su tiempo, el tercer álbum del cantautor apodado “El Rey de Nueva York” trasciende su formato auditivo y se expande a formas de expresión literaria, teatral y hasta cinematográfica con solo reproducirlo.

En el siglo pasado, los años 70 fueron la década de moda para los álbumes conceptuales. Lo que comenzó en un vago y hasta cierto punto infantil intento que no termina por cuajar, por hilar la secuencia narrativa de un grupo ficticio dando un concierto en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band por parte de The Beatles en 1968; y culminó en 1979 con el grandilocuente, mastodóntico y biográfico hasta la obsesión, The Wall, con Roger Waters como dictador en Pink Floyd; Lou Reed estableció los Qué’s y Cómo’s para crear álbumes conceptuales en 1973, capaces de contar perfectas historias con el estilo narrativo crudo, directo y sencillo que caracterizó a sus letras, generando un Magnum Opus al tiempo que, de nuevo, tiraba su carrera musical al bote de basura.


En 1972, con “Walk On the Wild Side” de Transformer, que a la postre fue el mayor hit radial en toda su carrera como solista, Lou Reed se convirtió en promesa de estrella, pero había un problema, el buen Lou tenía un ego y, otra vez, mucha heroína en el cuerpo; no podía ser la mascota ni el protegido de su productor David ‘Ziggy’ Bowie, menos luego de que el británico se hubiese reconocido pupilo a distancia de la Velvet Underground; y no hacía falta repetir una experiencia similar a la del mecenazgo de Andy Warhol.



Con las valijas llenas de éxito y un contrato con RCA, Reed se dijo una vez más “ahora sí, me la juego solo”; con el ánimo de quitarse la espina del fracaso que tuvo la recepción de su debut homónimo, se apartó de la gente que con facilidad le pudo mantener en la palestra por más tiempo con la fórmula del glam rock. Imagino que tendría pretensiones menos fantasiosas, ya que mientras la disquera le pedía una continuación de Transformer, Reed quiso hacer un paréntesis en ese estilo para después retomarlo.

Berlin no fue compuesto o escrito de un tirón, ni en un proceso creativo continuo y delimitado, ya rondaba en el aire que respiraba Reed incluso desde los últimos tiempos de la mítica Velvet Underground, cuando el grupo grabó, pero no usó para ninguno de sus álbumes, las canciones “Stephanie Says” (que devino en “Caroline Says II”), “Oh Gin” (a la postre “Oh Jim”) y “Sad Song”, el cierre de Berlin, con letras menos trabajadas.


Cuenta el biógrafo Mick Wall en Lou Reed – The Life, que Reed comenzó a tomar consciencia de lo que quería hacer para su tercer álbum cuando una escucha tardía de “Mother” de John Lennon le impactó por el realismo de su letra.


Con su experiencia como cronista en canciones acerca de las personalidades y (¿por qué no?) personajes que conformaban la fauna de la Factory en su época Velvet, no sería tan complicado dotar de realismo a la historia de la pareja imaginaria Caroline y Jim; de hecho, se le ocurrió que la directriz del álbum sería hacer “una película para los oídos”.

Dispuso del dinero de RCA para contratar como productor a un incipiente Bob Ezrin (hasta entonces más conocido por trabajar con Alice Cooper y otros proyectos de rock duro), quien armó un ensamble con 14 ejecutantes de sesión, entre ellos Jack Bruce (de Cream), Steve Winwood (de Blind Faith), B.J. Wilson (de Procol Harum), Aynsley Dunbar y Tony Levin, entre otros jazzmen. En retrospectiva, era un supergrupo desperdiciado por la campaña publicitaria del álbum.


“Berlin”, el tema que nombra al álbum originalmente apareció en el debut de Reed. Aquí, con tan sólo el primer verso y un nuevo arreglo de piano, es la apertura de la historia, nos sitúa a una cafetería junto al muro de Berlín, tal vez en Zimmerstrasse, o por Unten den Linden, cerca de una cercada Puerta de Brandenburgo, donde Caroline celebra su cumpleaños; el flechazo con Jim es inminente en “Lady Day”, luego que la viese cantar. Se siente la promesa de un romance memorable.



“Men of Good Fortune”, un tema que también llegó a ser interpretado en vivo por The Velvet Underground, según documenta Mick Wall, en apariencia se desconecta de la trama, pero bien nos adentra de manera ambigua en el perfil de Jim, tal vez es un chico buena onda, de buena cuna, sin más necesidad que ocuparse de su aburrimiento, o quizá es un luchador con carencias, que se la ha tenido que jugar cada día y la vida le ha hecho madurar con precocidad. Lou Reed entra en escena con el papel de narrador activo para señalar su indiferencia ante las clases sociales.


Si bien, la canción señala, al punto de exageración, los estereotipos diametralmente opuestos entre el varón rico y el pobre desde sus crianzas, y lo que ya sabemos, que es poca la gente que dirige empresas y gobierna países, que puede ser hipócrita, cínica y aprovechada de su posición, mientras la gran mayoría tiene que vivir al día o (tratar de) subir como pueda la escalera social; vislumbra ese ese brutal e injusto mundo dominado por los hombres, hasta para los propios hombres.



“Caroline Says I” es una canción preciosa, nos mete en la piel de Jim, al momento en que no puede estar más enamorado de Caroline y con su devocional mirada acepta todo de ella como un absoluto, aunque Caroline pueda ser una pesada y se burle de él. “¡Aun así es mi reina alemana!”, clama Jim en la voz de Reed.

“How Do You Think It Feels” lleva al escucha a uno los momentos más íntimos entre Jim y Caroline, ya como pareja, donde se nos revela que no todo es perfección en el nidito de amor. Ambos se han convertido en junkies hasta la médula y queda patente su dependencia, a la pareja y al speed.

La hermosura inicial que exudaban comienza a diluirse para dar paso a una insaciabilidad bestial que parece no tener fecha para concluir. A partir de ahí Berlin comienza a avanzar hacia abajo a pasos agigantados, las canciones o capítulos de la historia se tornan más y más duros y crudos con el declive de los personajes.

“Oh Jim” nos muestra el primer indicio de violencia doméstica, con un Jim empastillado y fuera de sí, que ya ni siquiera tiene intimidad con Caroline, en un hogar que no parece valioso para cuidar ni conservar. Eventualmente la bota y por primera vez percibimos a cabalidad lo que ocurre en el fuero interno de Caroline, emocionalmente destrozada y abandonada, adicta e incapaz de sostener la familia que ha formado.

En “Caroline Says II” Caroline poco y nada tiene que ver con la belleza con cara de princesa que conocimos. Se ha convertido en Alaska, la prostituta que causa burlas entre supuestas amistades, que de repente aparece golpeada luego de algún encuentro, quizá con Jim, quizá con algún cliente, que está ida y deteriorada por las anfetas y que ya nada le importa, pero que por fin ha cortado el vínculo con su amado agresor.


Es curioso que hasta ahora no haya mencionado nada sobre los aspectos musicales del álbum, cosa que parece hasta ridícula, pero es que el sonido de los músicos que participan se subordina y pone al servicio de contar la historia, deja de lado su protagonismo técnico y no hay momentos para que el escucha pueda tararear algún pegajoso ritmo o alguna melodía, aunque sin embargo ahí estén. Ni siquiera ocurre como en las bandas sonoras de las películas, aquí la música no acentúa la animosidad de las escenas o imágenes que ocurren en Berlin, se convierte en el medio para transmitirlas. En la desesperación y colapso de Caroline, cuando rompe la ventana, de manera nítida puedes apreciar la delicadeza con que caen los cristales.


Los últimos temas de Berlin desde luego pueden herir en diferentes grados la sensibilidad de las personas. Para mí el más desgarrador quizá sea “The Kids”, una canción /escena /capítulo contada quizá por el portero del edificio donde vive Caroline, que nos cuenta los chismes de vecindad y señala la mala reputación que se ha ganado la protagonista.



“Se llevan a sus hijos porque dicen que no es buena madre”, canta Reed al tiempo que nos mece en una canción de cuna con su guitarra criolla. Existe la leyenda, pero no encontré ningún documento para verificar, que el llanto de infantes, muy notable en la grabación, es de los hijos de Bob Ezrin, quien los llevó a la cabina y les inventó que su madre había muerto mientras prendía la grabadora para conseguir su reacción. Una crueldad, en efecto, pero en “aras del arte”.


De cualquier manera, dudo que haya madres y padres que nunca se equivocaron, ni prole que no les haya reclamado.

Sin más esperanzas, expectativas ni amor propio, Caroline se corta las venas en su lecho. Es lo que relata Jim en “The Bed”, mientras intenta deducir cómo ocurrieron las cosas, mira el hogar que habitó y recuerda todo lo bueno que alguna vez hubo ahí. La corista Elizabeth March, la única mujer en el ensamble de Berlin, con su voz evoca una suerte de último estertor en Caroline que poco a poco se diluye en los primeros segundos de la final “Sad Song”, un inequívoco un lamento originado desde el patetismo de Jim, desde luego, que mira la fotografía de su amada, a quien siempre la verá en su imaginario como parte de realeza; y una promesa por intentar aprovechar mejor el tiempo, aunque ya conozcamos quién es Jim.

En lo musical, hay un arreglo de cuerdas en “Sad Song” que parece calcado de “Comfortably Numb” de Pink Floyd, como si fuese un flagrante plagio. Aunque bueno, según el año, Berlin fue primero que The Wall y Bob Ezrin como productor es el común denominador en esta ecuación.


No sorprende que Berlin haya sido un desastre comercial. En definitiva, no tiene canciones que puedan funcionar como sencillos -no puedes cortar en partes una historia- pero de ahí a que la crítica de su tiempo lo haya reprobado, confirma mucho la noción de Jacques Atalli en su ensayo de Ruidos, respecto a que por lo general la música: “ambigua y frágil, en apariencia menor y accesoria”, va un paso adelante en el zeitgeist.

Algo que me ocurre cuando escucho Berlin es que termina por no importarme cómo suena porque comienzo a imaginar el rostro de Caroline y toda la historia, cosa que ni la grabación de una ópera en forma logra, porque necesitas la puesta en escena para tener y comprender el contexto.

Que sí, la historia de Caroline y Jim en Berlín es sumamente triste, pero no difiere mucho de las que ocurren a la vuelta de la esquina en cualquier ciudad, en cualquier país. Quizá por su realismo el álbum haya incomodado a la crítica, y de ahí el denuesto, pero es que la realidad muchas veces es incómoda, y eso no le quita mérito a sus participantes.

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