Coleccionando vinilos - 95 - JOHN COLTRANE "A love supreme"



Palabras mayores. No lo dudé cuando vi la reedición de este disco. Posiblemente uno de los dos discos más importantes de jazz de la historia junto con el Kind of Blue de Miles Davis.

Me encanta poner en el plato discos de jazz. Mucho más que música clásica. Me parece que tienen algo de alma, que nos quieren contar algo y que lo hacen con patrones marcados pero también con mucha improvisación.

La vida corta de John Coltrane no dio para mucho, pero dejó esta maravillosa obra de arte.

Explicar mucho más no tiene sentido cuando de repente te encuentras con trabajos diseccionando este disco tan alucinantes como los que aquí os dejo.

Lista de canciones

  1. Parte 1: Acknowledgement – 7:09
  2. Parte 2: Resolution – 7:15
  3. Parte 3: Pursuance – 10:40
  4. Parte 4: Psalm – 7:16

Personal



Creo que mi trabajo queda a la altura del betún y que lo mejor es que me calle cuando leo reportajes tan alucinantes como el que hacen de este disco en Jotdown.es. Canela fina.

Hablar de A love supreme es hablar no solamente de un disco, sino de toda una experiencia que va más allá de la música, que tiene un trasfondo espiritual sin el que resultaría imposible entender lo que sin duda es una de las obras cumbres del jazz. Quien piense que un disco de jazz instrumental se limita a ejercicios estrictamente musicales, a acordes y escalas, debería sumergirse a fondo en esta obra para descubrir que un disco de jazz puede ser tan complejo intelectual, emocional y espiritualmente hablando como una película o incluso como un libro.
La música de John Coltrane no siempre es la más fácil o asequible, especialmente para quien no esté nada familiarizado con su discografía. Pasar de un álbum de Coltrane a otro es como cambiar de la noche al día, especialmente en el trabajo de sus últimos años. Incluso considerando que su carrera en solitario fue desgraciadamente breve, Coltrane fue derivando mucho en su estilo, una deriva tanto más veloz cuanto más nos acercamos al momento de su temprana muerte. Esta evolución resulta incluso más fascinante en cuanto notamos que lo estrictamente musical —sí, incluso las escalas y los acordes— se veía directamente afectado por la evolución espiritual e intelectual estrictamente extramusical de su autor.
El estilo del Coltrane de los primeros años, cuando todavía tocaba en bandas ajenas, tomó forma gracias al be bop de los años cuarenta: cuando escuchó a Charlie Parker su mundo dio un vuelco y la enorme influencia de Parker siempre estuvo presente durante aquellos primeros años. A esa influencia se le sumó, durante la década de los cincuenta, el trabajo codo a codo con monstruos del calibre de Miles Davis y Thelonius Monk. En aquella década el be bop ya no era la vanguardia, sino un paradigma bien asumido y establecido, así qie Coltrane comenzó a abrirse a distintas influencias, a investigar, a leer, a apreciar músicas más allá del jazz y más allá de la música norteamericana. Se preocupó por conocer músicas del mundo, muy particularmente los sonidos africanos y asiáticos.
Con la llegada de los años sesenta, muchos jazzmen comenzaron a experimentar buscando nuevos caminos y Coltrane no fue ajeno a esta tendencia. El revolucionario cambio de década coincidió con su lanzamiento como artista en solitario: en sus últimos seis o siete años de vida pasó de interpretar un jazz más o menos cercano a la convención a realizar algunas grabaciones de vanguardia extrema que incluso dejaban perplejos a los músicos que trabajaban con él y que nosotros, mortales, jamás podríamos comprender lo suficiente como para estar seguros de si tienen algún sentido y si Coltrane había alcanzado nuevos estados de consciencia musical, o si sencillamente había perdido el norte en lo afanoso de su búsqueda. Quien se haya enfrentado a un disco como Ascension sabrá a lo que me refiero: es difícil afirmar sinceramente que uno ha disfrutado con todo el contenido de ese álbum, incluso habiéndolo intentado repetidamente. Hay gente que afirma disfrutarlo, es cierto, pero no es mi caso y puedo suponer con bastante tranquilidad que es el caso del 99% de la gente. El Coltrane de los años sesenta abrió tanto su abanico de sonidos que por momentos llega a resultar completamente desconcertante.
Pero A love supreme, producido justo a mitad de aquella década, es una cosa completamente distinta. Editado en 1965, un año antes del mencionado Ascension y dos años antes de su muerte, muestra a un Coltrane que no pone el afán vanguardista por encima de todo. A love supreme no es un mero experimento musical sino que se supedita a la transmisión de un mensaje directo, un mensaje extramusical, un mensaje espiritual. Al contrario que locuras como AscensionA love supreme está dentro de los límites de lo que casi cualquier oyente puede comprender a poco que preste atención. De hecho existe un consenso bastante amplio en que A love supreme es una obra maestra absoluta. Fue grabado en un punto justo de ebullición de la evolución musical de Coltrane. Dividido en cuatro movimientos —como un concerto clásico— está en realidad bastante cercano a la ortodoxia, al menos contemplado desde hoy. En este disco Coltrane se preocupa menos de los ejercicios de virtuosismo interpretativo o de los experimento sintelectualizados, y más de la composición, de la estructura de la obra en sí. Probablemente sea este su álbum más redondo como obra de conjunto.
Pero quizá lo más fascinante de A love supreme, además de su profundidad musical, es la sorprendente cantidad de conceptos y mensajes que encierra. Especialmente tratándose de un disco en el que no hay letras (o mejor dicho, en el que solamente se pronuncian tres palabras al final del primer movimiento). Quizá a algunos la expresión «disco conceptual» les sonará altisonante y pretenciosa, pero lo cierto es que A love supreme no solamente es un disco conceptual: es una profesión de fe. Literalmente. Tras una larga lucha con el alcohol y la heroína —la conducta errática de Coltrane durante los cincuenta provocó incluso que Miles Davis llegase a despedirlo de su banda—, el saxofonista tuvo una experiencia espiritual en 1957. O como él la llamó, un «despertar espiritual», del que resulta difícil conocer detalles concretos pero que sabemos marcó un definitivo punto de inflexión en su existencia. A raíz de esa experiencia mística, Coltrane dejó el alcohol y la heroína. Comenzó, según sus propias palabras, una vida «mejor y más productiva». Se convirtió en creyente, aunque no seguía exactamente los dictados de ningún dogma concreto («creo en todas las religiones») y profesaba un cristianismo ad libitum que tomaba influencias de otras muchas creencias no cristianas. Desde aquel 1957 de su conversión, Coltrane se dedicó a leer y coleccionar una gran cantidad de libros sobre religión y espiritualidad de diversas partes del mundo, en el intento de elaborar un sistema de creencias propio que se ajustase a su personalidad. Es exactamente el mismo proceso de investigación y estudio sobre músicas del mundo que, paralelamente, estaba llevando a cabo en su ámbito profesional.




Ambos procesos de estudio, el espiritual y el musical, confluyeron finalmente a finales de 1964 cuando tras varios años de búsqueda espiritual Coltrane se encerró con su cuarteto en un estudio para registrar lo que, según sus propias palabras, era una «declaración espiritual». Dio salida a sus inquietudes religiosas en una grabación insólita que sorprendió incluso a quienes participaron en ella. Coltrane hizo bajar la luz en el estudio hasta que fuese tan tenue «como en un club nocturno» según recordaría su pianista, o quizá más bien como en un templo. Entró al estudio con su nueva obra perfectamente planificada de antemano, y sin embargo apenas les daba indicaciones verbales a sus músicos. Dejaba que fuese la química adquirida por la banda a lo largo de varios años la que funcionase por sí sola.Había pocas órdenes, pocas directrices, y para ponerse de acuerdo los músicos se valían constantemente de la «comunicación no verbal». Porque Coltrane se mostraba pacíficamente circunspecto, meditabundo. «Perdón», decía humildemente al equivocarse de nota durante una toma, como si él fuese un mero empleado a sueldo y no el famoso líder de la banda.
La grabación fue una curiosa combinación de planificación previa e inventiva improvisada. Por un lado los solos de piano, de contrabajo o de batería eran improvisados. Pero por otro, una de las pocas indicaciones explícitas que recibieron los músicos de Coltrane a la hora de improvisar fue que respetasen la estructura interna de cada uno de los cuatro movimientos, una estructura ya determinada por él de antemano. Coltrane empezó a hacer cosas con su saxofón que no había hecho antes, pero sus músicos se dieron cuenta de que en realidad el famoso improvisador nato no estaba improvisando. Durante sus propios solos, Coltrane utilizaba elementos musicales muy concretos en momentos muy determinados, y no en otros, y lo hacía de acuerdo a unos patrones muy evidentes e inusuales en su estilo. Sus solos seguían una estructura que determinaba, o se dejaba determinar, por la estructura concreta de cada movimiento. ¿Por qué? Pues bien, porque John Coltrane estaba construyendo sus solos a base de elementos puramente musicales que hacían referencia, no obstante, a elementos extramusicales comounas  simbologías religiosas y espirituales muy concretas de las que después hablaremos.
El disco, pues, contiene mensajes ocultos y revelaciones sorprendentes que pueden llegar a poner los pelos de punta cuando finalmente las descubrimos (muy particularmente en lo referente al cuarto y último movimiento, como veremos). Cuando se habla tanto de novelas fantasiosas como El código Da Vinci, lo cierto es que en este ábum tenemos un verdadero «código John Coltrane». Así, como suena. El legendario saxofonista incluso cuidó detalles de la carpeta del disco —como el texto impreso en ella— por los que nunca se había preocupado antes y por los que no volvería a preocuparse demasiado después. Está claro que consideraba este álbum como algo distinto, como una obra extremadamente personal, como un diario abierto a todos los oyentes. Incluso para quienes no compartimos su fe en un ente superior, la descarnada sinceridad religiosa de Coltrane nos resulta por momentos abrumadora. Ni siquiera resulta difícil imaginar a un ateo empedernido soltando alguna lágrima cuando llega a captar el significado espiritual tan profundamente fundamental para comprender varios de estos pasajes musicales. Porque son pasajes que rebosan sinceridad. Sí, A love supreme es un disco complejo, interpretable de mil maneras como corresponde al trabajo puntero de un genio. Pero al mismo tiempo destila una honestidad simple, limpia y casi podría decirse que enternecedoramente infantil.
Como decíamos, una parte mayoritaria de los fans de Coltrane citarían A love supreme como su mejor disco y desde luego él lo consideraba como el más importante de su carrera. Quizá introducirse por primera vez en A love supreme pueda resultar farragoso, al menos en un principio, y más cuando un humilde articulista va a intentar resumir su esencia mediante un pobre lenguaje verbal que jamás podría hacer honor a lo que suena aquí. Pero garantizo que sumergirse en este álbum, al final, siempre va a merecer la pena. Es como una película cuyo argumento no entendemos al principio, pero cuyo final nos dejará aturdidos y sobrecogidos. Lo cierto es que, como muchas grandes obras, este disco requiere dedicación y paciencia. Y como toda gran obra, lo recompensa con creces. A fin de cuentas estamos hablando de un acto de amor supremo.
1. Acknowledgement
El primer movimiento de A love supreme nace en el éter, flotando, con una introducción atmosférica: apenas medio minuto para situar al oyente en un estado de alerta. Suena un gong: Coltrane estaba estudiando sonoridades asiáticas, cuyo eco aparecerá algunas veces en este disco, y ese gong es como el inicio de una ceremonia religiosa en algún tempo remoto. En dicha introducción el saxofón frasea con la cadencia de un predicador que requiere la atención de su congregación. Coltrane, de hecho, utiliza premeditadamente entonaciones típicas del discurso de los pastores evangélicos con los que había crecido. No será la única vez en el disco que su instrumento construya prosodias casi idénticas a las de una prédica religiosa; de hecho, esa será la característica predominante de varios de sus solos.
Tras esa fugaz introducción, comienza a sonar el contrabajo, jugueteando con cuatro notas (0:32). A la primera escucha, estas cuatro notas podrían parecer una sencilla base sin más sobre la que desarrollar el movimiento. Pero no. Son algo distinto. En realidad esas cuatro notas son la frase principal del primer movimiento, algo que solamente averiguaremos casi al final. Es la frase musical más importante del disco; las cuatro notas que lo definen. En esas cuatro notas se encierra una revelación. Pero no nos adelantemos. Limitémonos a mantenerlas en la memoria.
Una percusión discreta y un piano que acentúa suavemente el ritmo servirán como base para que Coltrane se arranque con una melodía que, una vez más, imita las modulaciones de un predicador (1:03). Su banda estará tocando jazz, pero él interpreta una música distinta. Esa melodía empieza a descomponerse progresivamente a partir de la segunda vuelta (1:20), arrastrándonos inadvertidamente hasta el momento en que deja de ser fácilmente tarareable. Es como un predicador que va acercándose al éxtasis: cuando queremos darnos cuenta, Coltrane ya ha desestructurado las melodías casi por completo, distribuyéndolas en nerviosos gorgoritos de tres notas (2:06). Estas figuras de tres notas, llamadas tresillos, constituyen una primera alusión simbólica a la divinidad. Estas tres notas representan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Los tresillos dan paso a filigranas que empiezan a huir cada vez más de la estructura original de la estrofa (2:31). Los fraseos son descompuestos según los dictados de la filosofía musical de Charlie Parker —aunque en este disco Coltrane esté sonando menos parkeriano que en otros trabajos anteriores— y todo el tiempo se ha estado jugando con un mismo esqueleto armónico; aunque cuesta mucho llegar a captarlo, escuchamos melodías diferentes pero basadas siempre en la misma. El solo no es una mera sucesión de ocurrencias.
Estamos ya a mitad de tema. Coltrane decide que los juegos de descomposición melódica han dado suficiente de sí y que ha llegado el momento de recurrir a los timbres para marcar la diferencia. Así, John hace gemir a su instrumento, que exhala un berrido agudo, insistente y afónico (3:50). Nos da la impresión de que nos hallamos en el momento álgido de la predicación, el instante en que el pastor, arrebatado por el fervor de los suyos, alza su rostro al techo con la garganta ronca invocando a Dios. Rápida y brevemente retornan las ráfagas de unas pocas notas aisladas (4:12).
Después seguiremos el camino inverso: una vez alcanzado el éxtasis, la melodía va a empezar a reposar de nuevo. Retorna la calma. La ceremonia religiosa termina, pero aún no termina el primer movimiento. Porque de repente escuchamos que el saxo interpreta obstinadas frasecitas de cuatro notas, pequeños cánticos que van y vienen (4:54). Aunque debido a la bajada de intensidad no lo parezca, estamos alcanzando el verdadero núcleo espiritual del tema: esas cuatro notas (las mismas que interpretaba el contrabajo al principio, ¿recuerdan?) constituyen como decíamos la frase más importante no ya del movimiento, sino de todo el disco. Pero ¿qué significa? ¿Por qué comenzar la pieza con esas cuatro notas al contrabajo, para después atravesar toda una tormenta de melodías y finalmente regresar a ellas?
Pues bien: esa frase de cuatro notas son las cuatro sílabas de A love supreme. La frase que da nombre al disco. Esa frase es el equivalente de Dios. Y Coltrane nos ha dado indicios ocultos de ello: la interpreta en todas las claves posibles, en las doce tonalidades que contiene una escala musical. Esto es algo insólito en casi cualquier pieza musical y desde luego algo insólito en el estilo de Coltrane, pero ha sido un acto premeditado. Nos está queriendo decir que al igual que esas cuatro notas están en toda la escala musical, Dios está en todas partes. Nombremos la tonalidad que nombremos, el amor supremo de Dios está allí en forma de esas cuatro notas. Toda la música de este disco, como todo en la creación, es el vehículo mediante el que Dios intenta comunicarse con nosotros. Aún haymás: Coltrane toca esa frase de cuatro notas treinta y siete veces. Es precisamente la edad que tiene en el momento de grabar el disco. Esto es, el amor supremo ha estado también presente en cada uno de los años de su vida.
Tras pasar por todas las tonalidades posibles, esas cuatro notas quedan finalmente ancladas en una única tonalidad y nos quedamos con un repetitivo fraseo (5:50):
Fa LaFa Sib, Fa Lab Fa Sib, Fa Lab Fa Sib
Que el saxofón repite varias veces, extinguiéndose suavemente… y que después resurge, pero ya no en el saxo, sino pronunciada —para nuestra sorpresa— de viva voz por el mismísimo Coltrane (6:04):
«A love supreme, a love supreme, a love supreme…»
Esta es la única parte vocal de todo el disco. Es el primer y único momento en que Coltrane se expresa con su voz, el único fragmento cantado. Ya no quedan dudas: esas cuatro notas son, como frase aislada, las más importantes del disco. Cuatro notas que (como los cuatro movimientos del disco) representan a la trinidad por un lado, y a Dios como ente único por otro. Uno y trino: el misterio de Dios. Este primer movimiento ha sido un reconocimiento al Padre, primera de las figuras de esa trinidad.
2. Resolution
El contrabajo en solitario interpreta una introducción armónica ejecutada casi a golpes. De repente todo el cuarteto arranca sin previo aviso, abanderados por un agudo Mi bemol del saxofón (0:20). El tema principal irrumpe como una cristalina cuchillada. Sabemos que Coltrane llevaba tiempo experimentando con un modo particular de ejecutar notas agudas, buscando un sonido acorde con sus necesidades expresivas, un sonido que para él era importante por más que muchos oyentes quizá no llegasen a notar la diferencia. Muy probablemente, detrás de ese acercamiento técnico a las notas agudas estaba la pretensión de imitar con el instrumento los extáticos cantos religiosos de las iglesias, como ya hemos visto en el primer movimiento
Escuchamos que la batería del célebre Elvis Jones lo llena todo de contratiempos, redobles y agresivos acentos, que la base grupal es trepidante, que la banda cabalga encabritada. Pero mientras tanto Coltrane interpreta una melodía clara, en la que introduce elementos del blues y algún guiño oriental, pero que no se deja arrastrar por el furioso jazz de sus compañeros. Así, este segundo movimiento comienza con una distinción entre la espiritualidad del saxo y la marcha más terrenal de los otros tres instrumentos.
Sin embargo, ya no estamos asistiendo únicamente a una prédica. El discurso de su saxofón también empieza a contagiarse de lo terrenal. Eso sí, vuelve de manera recurrente al Mi bemol (1:14) para romper la monotonía y marcar el inicio de las estrofas; ese Mi bemol sigue aportando un elemento de exaltación evangélica.
Entra el piano de McCoy Tyner como solista y el cambio de registro en la melodía principal es total (1:45). El piano nos proporciona los primeros momentos puramente be bop del álbum. Sus melodías —nerviosas, vibrantes y terrenales— contrastan con el anterior canto del saxofón. Los guiños místicos del saxofón han dejado paso al jazz mucho más complejo y carnal del pianista. Hemos descendido del vapor de las nubes hasta el cargado humo de los clubes nocturnos. Del cielo a la tierra. Es un fugaz y forzado recordatorio de los años be bop de Coltrane, que fueron los años de su adicción al alcohol y las drogas. Cuando retorna el saxofón (3:55) lo hace contagiado por el entusiasta materialismo del teclista. Vuelven los gemidos, la ronquera, casi la desesperación y ya no sabemos si Coltrane está predicando o si sencillamente está lamentándose (4:29). Retornan las alusiones a la divinidad mediante punzantes fraseos de tres y cuatro notas (4:53). ¿Está diciendo «por qué me has abandonado»? Las melodías se decomponen hasta que llegamos a rayar en el desorden. Un desorden que es casi como una herejía: es el orden humano que intenta sustituir al orden divino. Como si Dios se hubiese encarnado en hombre. Porque si Acknowledgement era el Padre, Resolution es el Hijo. Que ha bajado del cielo a la tierra para experimentar la vida terrenal. Un Hijo que ha abandonado temporalmente su naturaleza divina y se ha hecho carne.
Finalmente, como indicación de que toca resolver el segundo movimiento, retorna el Mi bemol agudo (6:25), esto es, retorna el canto espiritual, retornan el rezo y el orden. Coltrane obliga al grupo a terminar la pieza en clave tranquila, celestial. Resolution finaliza en el éter, flotante e indefinido, tal y como había comenzado Aknowdlegement. La primera cara del vinilo concluye así cerrando un círculo: nace del éter y retorna al éter. O sea: un nacimiento, una muerte y una resurrección. Hemos viajado del cielo a la tierra, y de nuevo hemos ascendido al cielo.
3. Pursuance
Comienza la cara B. El tercer movimiento se inicia con un muy característico solo de batería de Elvin Jones (quien esté familiarizado con la música de Jimi Hendrix, reconocerá al instante ese estilo que tan bien imitó su batería Mitch Mitchell… ¡por momentos resulta difícil distinguirlos!). La batería es como una tormenta. Es la tormentosa lucha de un hombre contra el mal. Es la forma más terrenal de la música, pura percusión, pura pulsión huamana, pura humanidad ya sin el asomo de espiritualidad del Hijo de Dios convertido en carne. La melodía de saxo entra de nuevo con tresillos, con nuevas referencias a la trinidad y esta vez de manera más nerviosa, como insistiendo en llamar al orden a sus compañeros de grupo. Es una señal de alerta. Si el Padre implicaba reconocimiento (Aknowledgement) y el Hijo implicaba resurrección (Resolution), aquí tenemos al Espíritu Santo intentando rescatar al espíritu humano de su desgraciada condición de esclavitud ante las pulsiones terrenales.
Cuando aparece el piano, lo hace nuevamente como vehículo de expresión de una carnalidad desordenada (1:53). El saxofón le contesta con una melodía nerviosa (4:16), una fogosa llamada de atención que no tardará en empezar a descomponerse en un torrente de incansable insistencia (4:42). Por momentos parece querer hablarle al corazón humano con su mismo lenguaje terrenal (5:15) hasta llegar incluso a la súplica desesperada (6:36) y no menos desesperadas alusiones a Dios (6:49). Finalmente la batería descarga su último ímpetu tormentoso (7:16). Es un último arranque de carnalidad, pero finalmente el tercer movimiento del disco nos muestra a lo humano cediendo ante el Espíritu Santo: tras la tormenta llega  la calma con el descubrimiento de la verdad celestial. Así nos lo confirma el contrabajo cuando, ya en mitad de un remanso de paz marcado por fraseos sencillos con el que termina esta tercera parte, entona brevemente el nombre de Dios, la frase de cuatro notas, el amor supremo (8:10).
 4. Psalm
Antes de explicar cuál es el significado de este cuarto y último movimiento, lo primero será escuchar el tema sin más. Sin saber qué intenta expresar. Desde la ignorancia de cuáles son los secretos que encierra. Escuchemos el saxo de Coltrane, ya continuamente en tono reposado, en paz consigo mismo, sin asomo de desesperación ni de desorden. Melodías en donde reina lo celestial y donde las imperfecciones humanas han desaparecido. Incluso hay momentos de álgida devoción. Escuchemos, y seguidamente explicaremos qué secreto encierra todo esto:
Evidentemente, Coltrane ya ha encontrado a Dios, lo ha encontrado sin dudas, de manera definitiva. Si los tres primeros movimientos representaban a la trinidad pero también expresaban las luchas internas del espíritu de Coltrane, este cuarto movimiento es un definitivo canto a Dios como ente supremo y único al que finalmente el saxofonista ha entregado su espíritu.Ya no habrá solos de piano, ni de batería, no de contrabajo. Ahora lo único que cuenta es el saxo de Coltrane.
Pero hay más. Un detalle que John Coltrane no desveló en su momento, en el que muchos oyentes lógicamente no repararon al escuchar el disco, y que es sin duda la mayor—y escalofriante— sorpresa de A love supreme.
En la carpeta impresa de A love supreme se incluía un poema escrito por el propio John Coltrane, aparentemente una nota de gratitud a Dios como cualquier nota de agradecimientos que muchos artistas incluyen en sus discos aunque esta vez en forma de oración. Pero algunos oyentes avezados, mientras escuchaban el disco, descubrieron un hecho asombroso que constituye en sí mismo una revelación y que Coltrane nunca desveló: las melodías del cuarto movimiento, Psalm, correspondían exactamente a las frases escritas en esa oración impresa en el disco. Nota por sílaba. Así pues, el contenido melódico del cuarto y último movimiento se nos revela ahora en todo su significado: es la representación musical del salmo escrito por Coltrane para expresar su fe. Primero nos habló de Dios a nosotros, sus congéneres humanos, cantando cuatro notas con su propia voz al final de Aknowledgement. Pero ahora Coltrane habla —que ya no simplemente toca el saxofón— por segunda vez, aunque dirigiéndose directamente a Dios y haciéndolo a través de su instrumento, con el que piensa que puede dirigirse a Dios de la manera más digna.
Una vez somos conscientes del hecho de que las frases del saxo corresponden exactamente a las frases del salmo impreso, es cuando la belleza del cuarto movimiento nos golpea hasta noquearnos. Como dijo una vez un estudioso de Coltrane, uno ya nunca será exactamente el mismo —al menos desde el ámbito de la apreciación musical— después de escuchar Psalm conociendo cuál el mensaje que secretamente encierra. Al igual que Dios, parece pensar Coltrane, se esconde detrás de oscuros misterios pero recompensa al hombre que mantiene su fe, él ha camuflado su mensaje bajo misterios musicales pero también recompensará al oyente que preste la suficiente atención como para descubrirlos. John Coltrane, pues, lo ha conseguido. No importa que su oyente sea o no religioso. En términos musicales, mediante el acto de amor supremo que constituye este disco, nos ha hecho experimentar en primera persona, tal y como él la experimentó antes, la experiencia de una revelación:
No hace falta tener ninguna creencia religiosa para apreciar la suprema belleza de este mensaje, como tampoco es necesario ser creyente para admirar la grandeza de una catedral. Para Coltrane la música de este disco encerraba una verdad religiosa que para él se había convertido en lo más importante de la vida. Y cualquiera puede sentirse conmovido por esa verdad espiritual transmutada aquí en belleza artística (es más: una congregación eclesiástica estadounidense llegó a canonizar a Coltrane). Por esto, entre otras cosas, muchos sostienen que A love supreme es su más determinante legado. Como mínimo es una obra que destaca por sí sola de entre el resto de su discografía, porque está enfocada desde una perspectiva única, porque es un legado espiritual además de musical, pero en donde lo musical está a la altura del mensaje que se permite transmitir.
John Coltrane murió tres años después de la publicación de este disco, a la edad de cuarenta, como consecuencia de un cáncer fulminante. No podemos estar seguros de si finalmente se ha reunido o no con su Dios, pero si lo ha hecho estamos seguros de que el mismo Dios le ha pedido que interprete para Él, en directo, una plegaria con su saxofón. Si hay de verdad música que podría llegar a conmover a Dios, no cabe duda de que A love supreme contiene una parte de ella.


"A LOVE SUPREME"




Un disco de jazz normalmente nunca es solo música ambiental para dejarse llevar y pasar un buen rato. Los jazzmen suelen esconder muchos mensajes y cada sonido o nota suele estar pensada al milimetro y suelen tener una intrahistoria. Y como no, este disco, no iba a ser menos.

Esto es lo que contaban en elpais.com

De ser el disco de jazz preferido de los universitarios con ínfulas en la Norteamérica del Flower Power a convertirse en lo que hoy llamaríamos un trending topic entre las audiencias generalistas. 50 años después de su edición, A love supreme conserva intacto su poder de fascinación. “¿Cómo se puede examinar el lío de opciones que es tu vida y convertirlo en una plegaria?, se pregunta el cantante Bono. “Yo no sabía cómo, pero estaba escuchando a alguien que sí lo había conseguido”… en 2002, Ashley Kahn dedicó un grueso volumen al disco: “pocos álbumes”, escribe, “han tenido la influencia y la resonancia de A love supreme”. ¿Exagerado?. Depende de cómo se vea.



La escucha desapasionada de la grabación original contenida en John Coltrane/A love supreme: the complete masters, nos revela la grandeza y las flaquezas de una obrahecha para perdurar en la memoria. Por dónde, se admite que A love supreme no es el mejor disco del saxofonista. El propio Coltrane lo definió como “un paso atrás en su carrera”, musicalmente hablando. En última instancia, la leyenda de A love supreme se sustenta en razones tanto musicales como extra musicales, más lo segundo que lo primero. Se habla de “un disco que expresa lo inexpresable” (Kahn). La clave viene sugerida en el poema de acción de gracias que acompaña la edición y constituye la línea argumental de la música. Siguiendo el ejemplo de Miles Davis, en 1957 Coltrane experimentó un despertar espiritual hacia una vida “más rica, más llena y más productiva”. El saxofonista cambió su anterior dieta tóxica por un régimen vegetariano estricto. Descubrió la meditación y, con ella, a Dios; un Dios genérico presumiblemente inspirado por el budismo. A Él está dedicado el disco.
A love supreme: the complete masters incluye la totalidad de lo grabado el 9 de diciembre de 1964. Coltrane toca únicamente el saxo tenor; le acompañan McCoy Tyner, al piano; Jimmy Garrison, al contrabajo; y Elvin Jones, a la batería. Todo cuanto A love supreme en sus cuatro movimientos -AcknowledgementResolutionPursuancePsalm- puede ofrecer al oyente, parece concentrarse en el tantas veces reproducido mantra central de 4 notas anunciado por el contrabajo de Garrison, al que se suma el líder de la sesión en su única intervención cantada registrada en disco. Meticuloso y obsesivo, Coltrane avanza la idea de una “intensidad” desconocida en el jazz. Sin embargo, llegado el momento, parece frenarse. La forma -el significado- en A love supremeprimasobre la expresión espontanea, de ahí que algunos, como Dave Liebman, se sintieran hasta cierto punto decepcionados: “tuvimos que esperar a Ascensionpara volver a encontrarnos con el verdadero Coltrane”.Irónicamente, la misma música que para unos significó la entrada en un universo desconocido y desconcertante, para otros resultaba convencional por demás; algo que, en última instancia, facilitaría la conversión del disco en un objeto fetiche para todos los públicos.
Junto a los correspondientes descartes y tomas falsas, The complete mastersincluye los 6 únicos cortes que han sobrevivido de la misteriosa segunda sesión de grabación, sucedida al día siguiente, y que se daba por perdida. Se trata de cuatro interpretaciones a sexteto de un mismo tema –Acknowledgement- procedentes de las bobinas que el ingeniero Rudy Van Gelder proporcionó al saxofonista para su uso particular. En su desconcertante variedad, éste material nos proporciona una pista fiable acerca de lo que A love supreme hubiera podido ser y no fue por motivos no del todo claros. Ayudado por un segundo saxofonista –Archie Shepp-, el líder parece liberado de su corsé. El conjunto bordea los límites de la libre improvisación.
Recomendable también si quieren ser completistas, hacerse con este libro que habla a conciencia de este disco.

"A Love Supreme y John Coltrane
La historia de un álbum emblemático"

Ashley Kahn
Ed. ALBA Editorial. 2004
Introducción. Todo a punto por primera vez
Reproducido con el permiso de Alba Editorial
Bueno, no he tenido mucho tiempo libre en los últimos quince años, y cuando consigo tener un poco, normalmente estoy tan cansado que me voy a cualquier parte y me pongo a descansar durante dos semanas. Si es que consigo tener dos semanas. Y entonces la mayor parte del tiempo tengo la música todavía en la cabeza.
John coltrane
Japón, 1966
LAS INDICACIONES ERAN FÁCILES, incluso para alguien de la Costa Este. Desde Santa Mónica se va hacia el este por la I-10 hasta la 405, entonces hacia el norte por Ventura Freeway, una cinta de cinco carriles llenos de tráfico que serpentea hacia el oeste a través de cañones salpicados de árboles. Se coge la salida de Woodland Hills hasta llegar a un tramo infinito de Ventura Boulevard, donde las direcciones de las casas tienen más de cinco cifras y una sucesión de centros comerciales, supermercados y gasolineras se extiende hasta donde la mirada, protegida del sol, alcanza.
Allí, en una convencional oficina de dos salas aprisionada entre un establecimiento de Ralph’s y otro de Von’s («si llega a la tienda de bagels, es que se ha pasado de largo»), esperaba para conocer a Alice Coltrane, la viuda del legendario saxofonista de jazz John Coltrane. Pianista de formación clásica nacida en Detroit e interesada por el jazz desde una edad muy temprana, conoció a Coltrane en 1963; más tarde le daría tres de sus hijos, tocaría en sus últimos grupos hasta la muerte del músico en 1967 y después seguiría con éxito su propia carrera artística hasta entrados los años ochenta. Desde este paraje insólito, Alice Coltrane supervisa los asuntos de su patrimonio en las oficinas de JOWCOL Music (acrónimo de «JOhn W. COLtrane»), compaginando estas obligaciones con la gestión de un ashram dedicado al estudio de las religiones orientales. Semirretirada y tímida ante la luz pública, modestamente ha dejado atrás sus años sobre el escenario –a excepción de los homenajes anuales a su difunto marido– y raramente accede a ser entrevistada.
En el momento de conocernos, la mujer de sesenta y cuatro años se inclinó un poco y se llevó las manos a la frente, juntas, en señal de plegaria. Estaba envuelta en un vestido punjabi de colores brillantes y llevaba sandalias. Su delgadez era un reflejo tanto de su edad como de su dieta vegetariana. Al otro lado de una mesa, me hablaba suavemente con cadencias musicales. Al principio me tuve que inclinar hacia delante para poder seguir sus palabras. Pero rápidamente, con un vigor cada vez mayor, evocó el recuerdo de un día más de treinta años atrás, cuando fue testimonio de la concepción de una grabación musical imperecedera.
La vívida memoria de la señora Coltrane eclipsó todo sentido del contexto histórico. No era difícil entender que ella viera el disco como a través de un túnel, millones de personas que habían escuchado y amado la música de la que ella hablaba también pensaban lo mismo sin tener conocimiento de cómo había nacido. Pero yo esperaba que me ofreciera detalles y una perspectiva más amplia: el verano de 1964, después de todo, fue una temporada muy trascendente.
Llegaban a su fin unos meses cálidos y maravillosos. Lindon B. Johnson todavía se estaba acomodando a su cargo de presidente, recientemente heredado, Vietnam no significaba más que una serie de escaramuzas lejanas, y Malcolm X todavía estaba vivo. Una economía propia de los tiempos de paz florecía mientras el conflicto racial empezaba a amenazar. El movimiento para los derechos civiles, que había llegado a su punto más álgido el año anterior con la marcha de 200.000 personas sobre Washington, parecía que estaba perdiendo impulso. Empezaron a estallar disturbios en Harlem y en otros guetos de Nueva York y Nueva Jersey.
La Feria Mundial se celebraba en la ciudad de Nueva York y la música más popular del momento venía de Liverpool y Detroit. Mientras los Beatles y la Motown lideraban las listas de éxitos, Bob Dylan lanzó su oportuno tercer elepé, The Times They Are A-Changin’ (Los tiempos están cambiando). Pocos meses más tarde, el cantante de soul Sam Cooke respondería escribiendo su propia predicción llena de confianza: «A Change Is Gonna Come» (Va a llegar un cambio).
En el frente del jazz, un primo marchoso del hard bop de los cincuenta llenaba de público los escenarios; los grupos liderados por Cannonball Adderley, Ramsey Lewis y Chico Hamilton estaban en la cresta de la ola del soul jazz. Las leyendas –Duke, the Count, Louis (que con su inesperado éxito «Hello, Dolly» había llegado a lo más alto de las listas de pop)– mantenían contentos a los fans más veteranos. Entonces, la antorcha del free jazz, que habían prendido unos pocos años atrás Ornette Coleman, Charles Mingus y Cecil Taylor, era enarbolada por una nueva vanguardia. Para muchos, su música feroz y desafiante con la tradición explotó con la ira cargada de significado político de aquellos tiempos. La hermandad de la «New Thing» –Albert y Donald Ayler, Archie Shepp y Bill Dixon, entre otros– reivindicaba un líder, un saxofonista cuyo estilo agresivo nutría el sonido y el espíritu de exploración de todos ellos: John Coltrane.
«No creo que la gente me copie forzosamente», afirmaba Coltrane al final de aquel verano. Según él, era cuestión de elegir el momento oportuno. «En cualquier arte llega un momento determinado en el que hay ciertas cosas flotando en el aire... un número de gente puede llegar a la misma conclusión haciendo un descubrimiento similar al mismo tiempo.» Lo que Coltrane no sabía era que estaba a punto de ofrecer un alegato musical singular que le reportaría una fama todavía más grande de la que había gozado hasta el momento y que iría más allá de su categoría y su tiempo.
Para Coltrane, el año 1964 había sido un período de trabajo imparable. Su agencia, Shaw Artists, le había hecho cruzar el país de punta a punta en una furgoneta junto con su cuarteto durante la mayor parte del verano. Filadelfia, Chicago, Nueva York, San Francisco. De vuelta a Nueva York. Necesitaba unas pocas semanas de descanso, y tenía la excusa perfecta. El 26 de agosto había nacido su primer hijo. John y Alice llevaron a John Jr. a la casa de dos pisos que acababan de comprar en Dix Hills, un barrio tranquilo de Long Island, Nueva York. Para Coltrane era una extraña oportunidad de dejar descansando en el suelo su saxofón, tumbarse con los pies en
alto y estar con su familia.
Pero la naturaleza obsesiva de Coltrane no le dejó descansar. Se pasó cinco días recluido en el piso de arriba con un bolígrafo, papel y su saxofón. «Era a finales de verano, o a principios de otoño, porque esos días hacía buen tiempo en Nueva York», recuerda Alice. «En el piso de arriba había una zona que no ocupábamos y a la que casi nunca íbamos, a veces un pariente venía de visita [y] allí era donde lo alojábamos. John solía subir, se llevaba algo de comida de vez en cuando, y se pasaba las horas meditando sobre la música que oía en su interior.»
Alice estaba ocupada con John y Michelle, su hija de cuatro años fruto de su primer matrimonio. Cuando finalmente volvió a bajar, Alice se dio cuenta de que Coltrane, normalmente sumido en sus pensamientos, estaba extrañamente sereno.
Era como Moisés bajando de la montaña, fue tan bonito. Bajó y tenía esa alegría, esa paz en el rostro, tranquilidad. De manera que le dije: «Explícamelo todo, no te hemos visto en cuatro o cinco días...». Él dijo: «Ésta es la primera vez que me ha llegado toda la música que quiero grabar, en una suite. Ésta es la primera vez que lo tengo todo, todo listo».
Tres meses después, Coltrane entró en el estudio de grabación para dar forma a sus meditaciones en un álbum en el que se combinaba música y significado, un álbum que no se parecía en nada a lo que había hecho hasta aquel momento. A Love Supreme era el título que ya había escogido para ese ambicioso proyecto.
A Love Supreme es la suite de jazz en cuatro partes que John Coltrane grabó en el curso de una noche con el pianista McCoy Tyner, el bajista Jimmy Garrison y el baterista Elvin Jones. Sorprendió a Coltrane en un punto culminante de su trayectoria creativa: la cristalización de los últimos tres años como parte de aquel famoso cuarteto, antes de virar hacia la fase final y más discutida de su carrera.
Después de llegar a los comercios y a las ondas radiofónicas, en febrero de 1965, menos de dos meses después de su grabación, A Love Supreme se convirtió en un éxito de ventas en los círculos jazzísticos, y se escuchaba tanto en los dormitorios de los colleges como en los pisos de los guetos, en las esquinas de Harlem y de Haight-Ashbury: un disco unificador encumbrado gracias a la oportunidad del momento en que salió. «A Love Supreme llegó e influenció a toda la gente que estaba por la paz», recordaba Miles Davis. «Los hippies y la gente así.»
A mediados de los sesenta, A Love Supreme destilaba los temas de la década: el amor universal y la conciencia espiritual. «En los sesenta, estamos en la época de las religiones orientales, la nueva espiritualidad y el Hare Krishna, y ésa era la matriz de donde provenía Trane... y encajó perfectamente», señala el saxofonista Archie Shepp.
A Love Supreme nunca ha pasado de moda, y a través de los cambios, con el paso de las décadas, desde el optimismo de cielos azules hasta la dureza del hastío, la relevancia de la música y su mensaje han permanecido constantes. «Sé que hay mucha gente que ni tan sólo quiere escuchar música de cinco, cuatro años atrás», comenta Alice Coltrane. «Pero A Love Supreme tiene un espíritu de renovación propio... es intemporal, es eterna.»
Es uno de los pocos discos de jazz en el que se siente reflejada una mezcla intergeneracional de roqueros y adolescentes rebeldes, amantes del hip hop y de la música heavy. «A Love Supreme es seguramente uno de los discos más bonitos y sublimes del siglo veinte», anunció el músico tecno Moby en una entrega de premios de rock televisada. En la edición del 2001 de los Premios Grammy, Carlos Santana y Joni Mitchell proclamaron conjuntamente el disco de Coltrane como el Disco del Año (y después abrieron el sobre y dieron el premio al grupo de rock U2).
Diferentes elementos del álbum –desde la fotografía de la portada que muestra al saxofonista con aire pensativo hasta el reconocible motivo del bajo, que recuerda a un mantra– aparecen regularmente en películas, revistas y otras grabaciones musicales. La voz resonante de Coltrane cantando el título del álbum –la primera vez que dejó que su voz se oyera en una grabación– es su marca personal más recordada y más profusamente citada. El mismo título, con la inversión poética del adjetivo, ha quedado arraigado en la fraseología colectiva de la lengua inglesa; los publicistas lo toman prestado libremente para indicar una pasión por la perfección (ya sea espiritual, sensual o la que consigue incrementar ventas).
Coltrane creó A Love Supreme como un regalo al Divino. Años antes de que las estrellas del rock honraran a sus respectivos gurús en sus álbumes, décadas antes de que los discos compactos de hip hop incluyeran el ahora obligatorio grito al Todopoderoso, Coltrane dedicó abiertamente su disco con las siguientes palabras: «Como una humilde ofrenda a Él».
Los dos textos que Coltrane incluyó en el disco –una carta dedicada al «querido oyente» y un poema dirigido a Dios– son los únicos ejemplos de su escritura que acompañan un álbum. Sus palabras lo dejaban desnudo en público, eran una confesión abierta de devoción divina. Buena parte del público del momento, más acorde con la estética moderada y fría del mundo del jazz, encontró inusualmente desconcertante el atrevido mensaje de despertar espiritual que proclamaba el disco.
Resonando por encima de todos los demás elementos está el sonido apasionado de A Love Supreme: un equilibrio coherente de composición e improvisación, de forma y energía, como ningún otro título de la discografía completa de Coltrane. El disco construía, derribaba y volvía a erigir una serie de estructuras de blues en clave menor que eran supuestamente simples. Las melodías –expresadas de forma sucinta pero memorable– abrían las puertas a través de las cuales el cuarteto se adentraba en una montaña rusa de una dinámica cronometrada con precisión. La interacción de sus reconocibles estilos era muy potente: los acordes de Tyson aportando tensión; la batería extática de Jones; las líneas fluidas del bajo de Garrison. Los mismos solos infatigables de Coltrane crecían en espiral desde un susurro meditabundo a gritos feroces, medio ahogados, con el ritmo experimentado de un predicador dominical.
A Love Supreme lo unía todo en una mezcla que dejaba al descubierto las raíces y las influencias del cuarteto: el efecto propulsor y renacedor de los polirritmos africanos. Los tempos lúgubres del jazz modal. El lamento melancólico de la música folklórica del Lejano Oriente. La urgencia del free jazz. La agitación del bebop. El sentimiento familiar del blues. La liberación orgásmica del gospel.
Los aficionados al jazz del momento nunca se pusieron de acuerdo a la hora de buscar un término para el cóctel sonoro de Coltrane; «jazz espiritual» es todavía hoy lo mejor que pudieron encontrar. Pero como pasa con la mayoría de gestos artísticos más singulares –ya sea sobre lienzo, papel o vinilo–, cualquier categoría limita la obra en lugar de definirla y la convierte en algo demasiado específico. «A Love Supreme no era un disco de jazz», mantiene Ravi Coltrane, el hijo de John. «Solamente estaban intentando hacer un alegato musical.»
«Música», afirma Elvin Jones. «Así es como yo lo llamaría.»
«La música no debería ser fácil de comprender», afirmaba John Coltrane en 1963. Por aquel entonces, estaba tan íntimamente acostumbrado a los aplausos como a las burlas. La controversia se había convertido en una compañera habitual en una carrera jalonada de numerosas grabaciones como líder y como acompañante. Había aprendido a estar por encima de las críticas. Era la música lo que determinaba su camino. En el punto álgido de su colaboración con Miles Davis aportó unos solos emotivos a la obra maestra modal del trompetista de Kind of Blue, y podría haber seguido ese camino dócil y de eficacia probada. En lugar de eso se quedó con lo que encontró necesario de las lecciones de improvisación que le dio esa colaboración, siguió experimentando más allá y forjó su sonido propio de mitad de los sesenta, hipnótico y exultante.
En un primer momento, el álbum de Coltrane y el disco más vendido de Davis pueden parecer semejantes. Pero A Love Supreme no es Kind of Blue, ni por su estilo ni por su efecto. El primero sugiere la intensidad del momento de una actuación en vivo y en directo; el otro disco, famoso por su llama fría y su quietud zen, parece que saca su energía de la atmósfera relajada del estudio.
Kind of Blue es alabado por la manera en que se coló sin esfuerzo aparente (y continúa haciéndolo) dentro de la conciencia musical de generaciones. A Love Supreme no es un valor tan fácil de vender; por esa razón, su escalada hasta convertirse en una obra imperecedera y de talla popular es todavía más impresionante. Para los oídos no acostumbrados a la música moderna improvisada, contiene demasiados sonidos nuevos y estructuras demasiado extrañas y extensas. Incluso para los iniciados en el jazz, la emoción cruda de las cadencias de Coltrane y la barrera explosiva de la percusión de Jones pueden ser chocantes y desagradables al principio.
Frank Lowe, que ocupaba la plaza de saxofonista tenor en el grupo que Alice Coltrane lideraba al principio de los setenta, admite que le costó cierto trabajo: «Tan sólo recuerdo el efecto acumulativo que tuvo en mí cuando me di cuenta de lo que estaba escuchando». «Honestamente, no capté nada la primera vez que lo oí», recuerda el guitarrista John McLaughlin. «De hecho no podía ni tan sólo entender lo que él estaba tocando musicalmente, ni lo que estaba sintiendo emocionalmente.»
Carlos Santana era un guitarrista de rock centrado sobre todo en blues eléctrico cuando un amigo le puso el álbum:
La primera vez que oí A Love Supreme fue un verdadero asalto. Para mí eso podía haber venido de Marte, o de cualquier otra galaxia. Recuerdo la portada del álbum y el nombre, pero en ese momento la música no encajó en las pautas que tenía en mi cerebro. Era como si alguien intentara hablarle a un mono sobre espiritualidad u ordenadores, ¿sabes?, simplemente no lo computé.
Hoy en día, Lowe, McLaughlin y Santana han grabado partes de A Love Supreme. Están entre los millones de personas que se han enfrentado al reto de la música de Coltrane, han encontrado la manera de entrar en ella y se cuentan entre el colectivo de fieles al álbum. «Tienes que ir acercándote a la música tú solo, gradualmente», afirmaba Coltrane. «No se puede recibir todo con los brazos abiertos.»
«Debemos retarnos a nosotros mismos», se entusiasmó de repente Alice Coltrane mientras hablaba de su difunto marido. «Nos hace más fuertes, nos otorga una visión más clara... una mejor percepción.» Si algún músico de jazz puso a prueba esta máxima –poniendo a prueba también a su público y a sí mismo–, ése fue John Coltrane.
Hoy en día, el tono quebradizo y sin vibrato y el fraseo infatigable que caracterizaron a Coltrane son uno de los sonidos más influyentes y reconocibles del jazz moderno; en otros vocabularios musicales –R&B, soul y rock– parece que los saxofonistas contemporáneos no puedan tocar su instrumento sin citar sus ligados tan distintivos, casi vocales, sus gritos y sus carrerillas endiabladamente rápidas. El hecho de que actualmente haya tantos saxofonistas tenores que hacen doblete con el saxo soprano se debe a la influencia de Coltrane. Para muchos, su música significó el último gran salto innovador dentro del jazz. «Parece que el libro del jazz se cerró después de la muerte de Coltrane», se quejaba recientemente un periodista.
Todo lo que promueve la canonización de Coltrane –su sonido, su leyenda, el alcance de su influencia– continúa impulsando más arriba a A Love Supreme. El álbum es para Coltrane lo que era un discurso en Washington Mall para Martin Luther King Jr., lo que era un sermón en lo alto de una colina para Jesucristo.
Es difícil escribir sobre Coltrane y no sonar torpe. Los paralelos con Cristo son tan tentadores como las inevitables metáforas entre Trane, su apodo, y tren (homófonos en inglés). La vida de autosacrificio del saxofonista, su mensaje de amor universal, su muerte a una edad temprana, incluso las iniciales de su nombre, hacen que sea más fácil caer en esa tentación.
Muchos de los que tuvieron un contacto directo con Coltrane recurren al lenguaje religioso a la hora de expresar sus sentimientos hacia el hombre y hacia el disco. «John Coltrane: Juan Bautista; John, el espiritualista; John, el creador», señala el trombonista Curtis Fuller. «John era todas esas cosas, el ojo que todo lo ve, el Flautista de Hamelín. En A Love Supreme se mostraba algo de todos esos Johns.» El bajista Reggie Workman insiste: «Entenderás el mensaje [de A Love Supreme] si estás
preparado, tal como la filosofía hindú nos enseña. Si no estás preparado, tienes que dejarlo, prepararte y volver a intentarlo. ¿Vale?».
«En tu espiritualidad, son los gurús los que hacen que te inicies en el mantra», señala Alice Coltrane, igualando el obsequio de A Love Supreme a esa iniciación y considerando a su marido como el guía espiritual:
El gurú nos ha ofrecido una tarea buena y grande. Entonces puede decir: «No quiero que pienses que esto te va a servir para llegar a consumar tu objetivo espiritual». Ahora, John se ha ido a otras tierras y a otras latitudes y todavía habrá exámenes más elevados, pruebas más elevadas a las que enfrentarse. Necesitamos algo a lo que nos podamos aferrar, que nos sirva para reunir fuerzas para el siguiente paso en nuestro viaje. Eso es A Love Supreme.
Algunos han llegado a venerar al hombre y al álbum semanalmente de una forma institucionalizada. Cada domingo, la Iglesia Africana Ortodoxa St. John Coltrane de San Francisco atrae a una congregación inusualmente heterogénea, fieles locales y jóvenes visitantes en camiseta, que se reúnen para alabar a Dios, considerar santo a Coltrane y tocar y cantar juntos la música de A Love Supreme.
La ironía subyace en que un hombre que desconfiaba de la idea de un único camino religioso –«Cuando vi que había tantas religiones, más o menos opuestas las unas de las otras... No podía creer que un tipo pudiera tener razón, y... otro no»– haya acabado dejando como herencia un proyecto de ritual organizado. «No sé en verdad lo que siente la gente cuando escucha mi música», comentó Coltrane en 1961. Menos de un año antes de su muerte, remarcó: «Creo en todas las religiones».
Escribir sobre cualquier tipo de música es un reto: en buena parte todo depende de la subjetividad, de las reacciones personales. Cuando se trata de Coltrane, el listón sube más alto. Obligó a los periodistas a acuñar una nueva terminología que describiera su técnica y estilo revolucionarios. «Napas de sonido», escribió en 1958 un crítico sobre sus ráfagas sonoras. «Antijazz», escribió otro unos pocos años más tarde.
A Love Supreme agarra el listón y lo lanza hacia el cielo. La innegable espiritualidad del álbum –otra área de estudio que pone a prueba el vocabulario existente– abre la puerta a un reino en el que el análisis de los detalles específicos corre el riesgo de parecer poco serio, en el que la discusión del poder divino se convierte en un esfuerzo insincero y rutinario. A pesar de ello, cada vez que volvía a escuchar el álbum me sentía más obligado a tratar la apasionada espiritualidad de Coltrane. Aunque me considero un completo agnóstico y un racionalista acérrimo, estoy dispuesto a admitir que hay muchas cosas que parecen producto de alguna fuerza eterna bajo una dirección espiritual: las estaciones, la gravedad, las matemáticas, el amor romántico. «Dios respira completamente a través de nosotros», escribió Coltrane en A Love Supreme, «pero de una forma tan suave que casi no lo notamos».
Aunque con alguna que otra duda, estoy de acuerdo con esta visión de Coltrane. Y no creo que yo lo pudiera expresar mejor que él. De manera que he optado por limitar mis comentarios al cómo, el porqué, el dónde y el cuándo del álbum, y dejar que las palabras de Coltrane y de otros asuman las explicaciones sobre su significado religioso y poder trascendental, y así garantizar más espacio para aquellos que –apreciando también la profunda espiritualidad del álbum– prefieren al hombre, la música y el disco a un nivel mucho más inmediato. Tal es el caso de Nat Hentoff:
Cuando A Love Supreme salió, Trane consiguió conmover de una forma espiritual a tantas personas que la gente empezó a pensar que él estaba más allá de lo humano. Creo que eso no es así. Él tan sólo era un ser humano como tú o yo... pero él quería practicar más, hacer todas las cosas que alguien tiene que hacer para superarse. El valor real de lo que hizo John Coltrane es que lo que consiguió lo consiguió como ser humano.
A Love Supreme nunca ha sido objeto de una excesiva atención, a pesar de su afianzada reputación. Algunas pocas biografías de Coltrane de diversa índole y profundidad hablan del disco de paso; Lewis Porter dedica un capítulo entero a un estricto análisis musical del disco en John Coltrane: His Life and Music. Pero el álbum sigue siendo un territorio no estudiado a muchos niveles. Desde el comienzo, tenía claras las directrices para ponerme en marcha: investigar en campos vírgenes, reelaborar los viejos puntos de vista, suscitar nuevas preguntas.
Como materia de investigación, A Love Supreme no sólo supuso un profundo trabajo documental, sino que demostró ser el sueño de todo escritor, ramificándose en historias de gran relevancia histórica y personal y revelando una miríada de anécdotas.
Con perseverancia y suerte, descubrí objetos curiosos que aportaron profundidad y contexto a mi comprensión del álbum: una bobina de cinta que conservaba la única interpretación completa en público que Coltrane hizo de A Love Supreme. Un formulario en el que se podían ver los pagos a los músicos del 9 de diciembre de 1964. Un poema escrito a mano que conformaba la estructura de «Psalm». La fotografía de un Coltrane sonriente relajado en su casa con su primer hijo recién nacido.
Tuve la suerte de que tres de las seis personas que participaron originariamente en la grabación de A Love Supremeestuvieran vivas todavía y generosamente compartieran conmigo sus recuerdos y puntos de vista: el baterista Elvin Jones, el pianista McCoy Tyner y el ingeniero de sonido Rudy Van Gelder. También conseguí contactar con tres personas que estuvieron involucradas en el segundo día de grabación, más misterioso, las cuales se mostraron igualmente abiertas a compartir sus recuerdos: el contrabajista Art Davis, el saxofonista Archie Shepp y el fotógrafo Chuck Stewart.
Otras conversaciones me han ayudado a dibujar el mapa de la influencia del álbum: recomendado de una generación a otra, tal y como el pianista veterano y antiguo colaborador de Coltrane, Tommy Flanagan, opinaba: «Yo lo recomiendo fervientemente... Realmente tiene mucho más que decir que cualquier otro ejemplo de su música grabada, como alegato, como colectivo». Traspasado de músico a músico, como el saxofonista Branford Marsalis recuerda: «Había un trombonista con el que tocaba en la big band de Clark Terry... se llamaba Conrad Herwig... fue el primer músico de jazz al que oí hablar de A Love Supreme. Lo oí y le dije a Wynton, sal a la calle y consígueme esa mierda». Confiado de padre a hijo, como cuenta Zane Massey, hijo de Calvin, músico de jazz y uno de los colegas más antiguos de Coltrane en Filadelfia:
Estaba empezando a tocar el saxo, de manera que solíamos juntarnos temprano cada noche antes de cenar para mi lección diaria, haciendo notas largas. Le recuerdo tocando A Love Supreme y explicándome: «John no está tocando cualquier cosa. Éstas son ideas muy meditadas en las que ha estado trabajando mucho tiempo». En ese momento no lo entendí realmente, pero ahora sí que lo entiendo.
Testimonios de fuentes insólitas han ayudado a dibujar el panorama del legado del álbum. El guitarrista de REM, Peter Buck, agradece a un profesor de instituto el hecho de mostrarle «aquella explosión de otro planeta para mí... Hay muchas imágenes de América dentro de eso, sin que [Coltrane] haga conscientemente ningún tipo de alegato político». El protorrapero e intérprete de canciones protesta Gil Scott-Heron recuerda: «Fue en 1968, yo tenía diecinueve años [y] algunos tíos de la facultad con los que salía ponían jazz cada noche en su dormitorio... una noche pusieron A Love Supreme. Me impactó de inmediato».
El cantante líder de U2, Bono, me ofreció una historia personal que podría leerse como una explicación contemporánea del interés universal de Coltrane, y de su álbum:
Estaba en lo alto del Grand Hotel de Chicago [de gira en 1987] escuchando A Love Supreme y aprendiendo la lección de toda una vida. Momentos antes había estado viendo cómo unos telepredicadores rehacían a Dios según su propia imagen: pequeños, insignificantes y codiciosos. La religión se ha vuelto el enemigo de Dios, pensé... la religión es lo que quedó cuando Dios, como Elvis, se fue de casa. Desde los primeros recuerdos que guardo de mi vida, siempre he sabido que el mundo está girando en la dirección contraria al amor y que yo también estoy atrapado en eso. Hay tanta maldad en este mundo... pero la belleza es nuestro premio de consolación... la belleza de la voz aflautada de Coltrane, sus susurros, su astucia, su sexualidad maliciosa, su alabanza a la creación. Y de esta manera empecé a entender a Coltrane. Pulsé el botón de repeat y me quedé despierto escuchando a un hombre enfrentándose a Dios con el don de su música.
Yo mismo recuerdo como si fuera hoy una escena en Cinncinati, en 1976. El dependiente de una tienda de discos insistió para que, pagando solamente 2,25 dólares de más, me llevara una copia de segunda mano de A Love Supremeademás de mi selección de discos de rock (recuerdo que llevaba All the Young Dudes, de Mott the Hoope, en la misma bolsa). Accedí, lo escuché una sola vez y lo dejé guardado sin tocar durante casi tres años. En la facultad volví a ponerlo. Antes de mi graduación se había convertido en mi álbum favorito de los domingos por la mañana.
A lo largo de los siguientes años he vuelto a él diversas veces, y cada una de ellas se ha convertido en todo un acontecimiento, consciente de que el álbum pedía tiempo y atención ininterrumpida: un viejo amigo, tranquilizador del ánimo, con una historia familiar que explicar. He hablado del disco con compañeros y amigos y les he pasado copias.
Ravi Shankar, cuya música profundamente espiritual influenció totalmente a Coltrane, ha sido una de las últimas personas a quien le he hecho este regalo. Cuando le pedí si quería hablar conmigo para el presente libro, me dijo que no estaba familiarizado con A Love Supreme. Sabía que la última vez que vio a Coltrane a finales de 1964 le había preguntado al saxofonista: «¿Por qué será que oigo una confusión tan terrible en esos chillidos? Me han perturbado de veras.» Pocos días después de haberle enviado el disco compacto me dijo:
Este disco me ha conmovido mucho. Ya lo he escuchado tres o cuatro veces, y se lo he puesto a los músicos que están conmigo ahora. Es precioso, especialmente el clímax del tercer movimiento, y después la resolución de la última pieza [«Psalm»]. Luego, leyendo el texto de la carátula, no me han sorprendido nada su entrega, su fe y su amor a Dios. Te estaré siempre agradecido por habérmelo enviado.
Poco antes de su muerte, en julio de 1967, Coltrane había estado planeando una visita a Los Ángeles para estudiar con Shankar. Ojalá hubiera sido el mismo Coltrane quien le hubiera ofrecido al maestro del sitar el disco de A Love Supremey así hubiera podido oír de él su reacción.
Mientras guardo mi equipo después de finalizar mi entrevista en Woodland Hills y me dispongo a salir, Alice Coltrane me detiene. «Lo único que le pido... tan sólo me gustaría que lo que intente explicar esté guiado por la honestidad.» No veo otra manera de hacerlo.

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