LOS MEJORES DE 2016 según.....MONDOSONORO (discos Internacionales)




No lo podía definir mejor este titular la gente de Mondosonoro. 2016 ha sido el año del luto. El año del adios a algunos genios y el año del doloroso disco de Nick Cave tras perder a su hijo.
Ha sido el ganador internacional del año con mucha diferencia.

Os dejo los 10 mejores discos internacionales del año, según los chicos de Mondosonoro.

2016: El año del luto

Que el año que vamos a dejar atrás en breve viene marcado por el fallecimiento de un buen número de grandes artistas, es algo de lo que ya nos hacemos eco en nuestra editorial de este número. Y es que parece que la muerte ha sido una de las grandes protagonistas de estos doce meses que dejamos atrás. Solo hay que analizar la obra de nuestro flamante número uno para darse cuenta de ello. A nadie se le escapa que debe ser muy duro perder a un hijo, y reconducir todo el dolor a través de la creación artística. Eso es lo que ha hecho Nick Cave en su “Skeleton Tree” y le ha valido para alzarse hasta lo más alto de esta lista confeccionada con los votos de todos nuestros colaboradores.
Pero no vamos a dejar que el pesimismo se adueñe de nuestras vidas, aunque no es menos cierto que solistas como AnohniJames BlakeMichael Kiwanuka o Bon Iver no se caracterizan por mantener un discurso digamos alegre. Sin embargo, y por encima de ellos, una mujer ha sido la gran protagonista en lo que actualidad se refiere. La carrera de Kate Tempest ha recibido el espaldarazo de la confirmación definitivo, y la menuda cantante nos ha dejado noqueados con la rotundidad de sus versos. Al igual que el hip hop, que un año más nos deja dignos representantes de un género sin el que ya no se podría entender la música del nuevo milenio. Danny BrownFrank OceanSkepta o Die Antwoord marcan la pauta de la música más urbana. Tampoco queríamos olvidarnos del rock más duro o incluso algo cafre representado por artistas como unos King Gizzard & The Lizard Wizard o The Drones. Nombres y más nombres con los que en algunos casos estaréis de acuerdo, en otros no tanto, pero no por ello dejarán de tener su peso en la música facturada en un año que tiene más de tránsito que de sorpresas. Don Disturbios

10.- The Drones

“Feelin Kinda Free”

(Tropical FuckStorm)
(ROCK) “But now I’m feelin’ kinda free / I’m going straight to DVD”, canta Liddiard en el tema que abre el disco. Siempre han tenido facilidad para provocar sudores fríos a sus fans más puristas, pero esta vez han roto la baraja. The Drones terminan de deshacerse del blues guitarrero y los aires Crazy Horse de una vez por todas y lo hacen entregando uno de sus mejores trabajos, un disco denso, hipnótico y -denle tiempo- de culto. Esa especie de épica sucia y corrosiva que les caracteriza desde sus inicios está tan presente como siempre, solo que esta vez las guitarras se retuercen sobre sintetizadores y la base rítmica se lanza hacia grooves casi hiphoperos. Y lo mejor: cuando no lo hace firman algunas de las mejores baladas de su carrera, con la voz de Fiona Kitschin sobresaliendo más que nunca en la mezcla. Darío García Coto

9.- Danny Brown

“Atrocity Exhibition”

(Warp / Music As Usual)
(RAP) Muchos se preguntaran qué pinta Danny Brown, el rapero de Detroit, editando su nuevo disco bajo el amparo del sello Warp Records. Pues tiene su parte de lógica. Su padre era DJ de música house, y preguntado sobre la mayor influencia para parir este disco no titubeó y declaró que la novela de J.G. Ballard que da nombre al disco y la música de Joy Division (que grabaron un tema del mismo título, inspirado en parte en la novela de Ballard). ¿Rap inspirado en Ian Curtis? Pues sí, el disco le ha quedado dramático, opresivo, de ambientes góticos y obsesivos. Ritmos orgánicos, musicalmente ricos basándose en la teoría del menos es más. Cuando tenemos miles de discos del género casi cada mes, sobresalir es muy difícil, pero Danny lo consigue de sobra con sus canciones. Solo por “Really Doe” con Kendrick Lamar, AB-Soul y Earl Sweatshirt ya vale la pena, pero es que ese tema es solamente la punta del iceberg. Si fuera una película seria un híbrido entre Fellini, Spike Lee y Lynch, si fuera un libro seria Edgar Allan Poe vs William Faulkner y si fuera un cuadro sería un Grant Wood perdido. Por suerte es un disco, uno de los más excitantes del año. Marcos Molinero

8.- Frank Ocean

“Blonde / Endless”

(Boys Don’t Cry)
(SOUL) Hay para todos los gustos, pero lo mejor de todo es la forma en la que Frank ha hecho uso de ellos. Tener a Beyoncé en un tema puede llevar a eclipsar el protagonismo de la pieza por completo. Sin embargo, la aparición de la diva en “Pink + White” es casi anecdótica. Aunque, más fugaz es aún el uso de Kendrick Lamar en “Skyline To” donde su voz es prácticamente irreconocible. Eso sí, el artista firma también como productor y compositor del tema junto a Frank. Y es que es aquí donde “Blonde” se corona como uno de los discos más ambiciosos del año. En los créditos que hay tras cada una de las historias del esperado regreso de Ocean. Sam Petts Davies (“A Moon Shaped Pool”), Matt Mysco (“The Colour In Anything”), Benjamin Wright (The Temptations, Michael Jackson, Justin Timberlake), Bob Ludwig (Led Zeppelin, Jimi Hendrix, Nirvana) o Joe Visciano (David Bowie, Adele, Arcade Fire). Todo el mundo quería colaborar con el músico en el álbum que le convertirá en estrella. Y que, al ritmo que va, pasará a ser un imprescindible del género. Un proyecto que consiguió alcanzar la cumbre de las listas llevando a otro nivel el rnb y el hip-hop intimista que ya usaron figuras como Kanye West o Drake. Álex Jerez

7.- Michael Kiwanuka

“Love & Hate”

(Polydor / Universal)
(SOUL) De entre los músicos que emergieron gracias a la fiebre del nuevo soul, al que menos le correspondía esa etiqueta era a Michael Kiwanuka. “Home Again” demostraba que Kiwanuka no era en absoluto un purista del género. Su música necesitaba más tiempo que la de otros coetáneos para apreciarse en su justa medida, más paciencia para ser juzgada como merece. Ahora, “Love & Hate” es una obra que va más allá de los géneros, sin ceñirse a un estilo único (su caso es similar al de Donny Hathaway). El inicio con “Cold Little Heart” es modélico, con sus diez minutos de magia, un tempo suave y un magnetismo que se expande con el eco de las voces lejanas, una guitarra que araña sin dejar rasguños y un Kiwanuka que empieza a cantar a medio tema, despejando dudas -por si quedaba alguna- sobre su calidad como compositor y vocalista. Pero hay mucho más, como “Black Man In A White World”, con su intención de concienciar -a la manera de Fela Kuti o Gil Scott Heron- a quienes tienen el poder; “Place I Belong” aplaude las virtudes de los fructíferos años de la blaxplotation con su aroma a Bobby Womack; en “Father’s Child” nos enamora como Anthony Hamilton cuando está inspirado y “Love & Hate” nos cuenta como Jimi Hendrix le descubrió un nuevo universo cuando era un niño. Y sí, la mano de Danger Mouse se nota. Kiwanuka, de aquí al cielo. Toni Castarnado

6.- Bon Iver

“22, A Million”

(Jagjaguwar/ Popstock!)
(FOLK) Habrá quien considere, escuchándolo, que “22, A Million” es un movimiento forzado (no hace falta más que echarle un vistazo a los títulos de las canciones para tener claro que el estadounidense no pretende ponerle las cosas fáciles a los oyentes accidentales), mientras que otros entendemos que Vernon ha usado la presión en beneficio propio y, junto a buena parte de sus músicos habituales e influido por amigos como James Blake o Kanye West, se ha dejado llevar hacia algún lugar alejado de lo que en su caso sería más evidente. Nunca ante había echado mano de tanta electrónica, nunca antes había exprimido tanto el Autotune en sus canciones, nunca antes había sonado tan experimental. Y lo bueno de la historia es que todo ello no impide que “22, A Million” continúe atesorando una parte de la melancolía y la emoción de sus antecesores. Lo que ocurre es que, cuando uno está a punto de soltar la lagrimilla en los momentos más intensos, va Vernon y nos planta unos glitches malintencionados, suelta unas fugaces percusiones noqueantes o desdibuja la melodía hasta que casi nos olvidamos de ella. Con todo ello, Bon Iver redondea un álbum que nunca será el favorito de prácticamente ninguno de quienes le rendimos pleitesía, pero que encaja a la perfección en una evolución artística coherente a la huída del acomodo. Porque “22, A Million” es un disco exigente que requiere escuchas en buenas condiciones, pero que, al final –y eso es lo importante-, ofrece su recompensa. Joan S. Luna

5.- Anohni

“Hopelessness”

(Rough Trade / Popstock!)
(POP) El sexto disco de Anohni, primero sin The Johnsons y retorno al primer plano tras seis años de silencio, habla alto y claro de temas importantes y musicalmente supone su mayor reto desde que hiciera su puesta de largo con el cambio de siglo. Para ello ha recurrido a dos fenómenos de la electrónica contemporánea como son Hudson Mohawke y Oneohtrix Point Never, responsables de la producción de “Hopelessness” conjuntamente con la británica. Pero estas once canciones pertenecen a Anohni y lo que en esencia aportan sus dos compañeros de viaje es una riqueza cromática con maneras, eso sí, inconfundibles. La emocionante épica sintética de Hudson Mohawke se hace notar en el arranque y recta final del disco, en los mejores temas: apertura demoledora con “Drone Bomb Me”, “4 Degrees” y “Watch Me”; punto y final con un “Crisis” que huele a single y la delicada “Marrow”. Se intuye por su parte la aportación de Daniel Lopatin en la abstracción y texturas de los ejercicios más experimentales del disco: “Violent Men” o ese ajuste de cuentas con el actual presidente de EEUU que es “Obama”, con Anohni unas octavas por debajo de su registro habitual. En cualquier caso sorprende la advertencia de la artista a sus fans de siempre, calificando el disco de ruptura total con su obra anterior. No puedo estar de acuerdo. Más allá de la evidencia -los instrumentos tradicionales dejan paso a una producción netamente electrónica- los elementos que asociamos a su música siguen tanto o más presentes que en trabajos anteriores: el lirismo, la fragilidad y también el coraje que transmiten sus canciones. Luis J. Menéndez

4.- King Gizzard & The Lizard Wizard

“Nonagon Infinity”

(Heavenly/ [PIAS])
(ROCK) La nueva entrega se llama “Nonagon Infinity” y es brujería pura: dicen que es el primer álbum en bucle de la historia. Un concepto que según el vocalista/flautista/guitarrista Stu Mackenzie, la banda llevaba gestando desde su pepinazo con “I’m In Your Mind Fuzz” (Heavenly Recordings, 2014). Ya solamente los primeros ocho segundos de “Robot Stop” funcionan perfectamente como el presagio de algo que inevitablemente va a estallar. Y la voz de Mackenzie advierte: “Nonagon infinity abre la puerta”. A partir de ahí, un éxtasis sin tregua que va empalmando temas uno detrás de otro. Sin pausa, se suceden “Big Fish Wasp”, y los adelantos “Gamma Knife” y “People-Vultures” (ambos sacados a la luz en los últimos meses, con mención especial al videoclip de “Gamma Knife” y su estética de ciencia ficción futurista que podría perfectamente ser una historieta de 1984). Se sucede una breve pausa para coger aire de “Mr. Beat”, que por ser el más calmado quizás sea el tema que más se acerca a la dinámica de su trabajo más reciente, “Paper Mâché Dream Ballon” (Heavenly Recordings, 2015). Aun así, si algo identifica a los australianos es su eclecticismo e inmediatamente vuelven a empezar con “Evil Death Roll” las guitarras láser, las voces robotizadas y las baterías frenéticas que retoman el protagonismo; conformando el sello King Gizzard que les valió el apelativo de “la intersección neónica de la psicodelia DIY y el beach pop de los 60”. Ahí queda eso.La famosa improvisación constante de la banda se hace latente en “Invisible Face” y “Wah-Wah”, cortes que se confunden entre ellos, mutando, cambiando de estructura; hasta que se alcanza el culmen con “Road Train”… y vuelta a empezar. Se repite la advertencia de Mackenzie “Nonagon infinity opens the door” y vuelve el delirio, hasta que el cuerpo aguante. Daniel Treviño

3.- Kate Tempest

“Let Them Eat Chaos”

(Caroline / Music As Usual)
(RAP) En algún momento de su vida, Kate Tempest descubrió el poder de la palabra y desde entonces decidió que sería el cruce perfecto entre dos hombres, John Cooper Clarke y Mike Skinner, con las mismas pelotas que James Williamson, la misma mala leche, pero un vocabulario mucho más amplio. Acumula libros publicados (acaba de editar el poemario “Mantente firme” en castellano), fue vocalista de Sound Of Rum -aunque allí no rapeaba con tanto ímpetu como ahora- y lanzó hace un par de años otro huracán en formato disco (“Everybody Down”, en Big Dada) con el que “Let Them Eat Chaos” guarda muchísimos puntos en común. Dicho de otro modo, la Kate Tempest actual es la misma Kate Tempest de 2014 pero más mayor, más sabia y más rebelde todavía. Y el envoltorio musical que rodea a su voz, cuando lo hay, en “Let Them Eat Chaos”es parecido a lo que conocíamos de ella hasta el momento, aunque más desnudo y percutante: electrónica de líneas tensas pero constantes (desde el espíritu DFA de “Lionmouth Door Knocker” al bombear dub de “We Die”, pasando por el minimalismo melancólico de “Pictures On A Screen”). Tempest parece mucho más consciente de que tiene algo que comunicarle al mundo y que, en muchos casos, su voz es suficiente para dejarlo fluir y crear algo memorable y efectivo. Al margen de “Perfect Coffee” y “Grubby” –los únicos cortes en los que se permite cantar durante unos segundos-, Kate Tempest expulsa su fraseado con la fuerza de una ametralladora de paintball. El balazo no sangra, pero cuando llegas a casa descubres que algo que parecía inofensivo te hace arder la piel como hacía tiempo que nada lo hacía. Y todo ello sin que sus letras sean simples proclamas contestatarias, sino que son sus historias, sus ensayos cantados y sus protagonistas los que nos recuerdan que estamos nadando desesperadamente en mares de aguas residuales y pestilentes, que cuando no nos damos cuenta el sólido suelo sobre el que caminamos se convierte en arenas movedizas en las que la honestidad se hunde y la mierda parece flotar sin esfuerzo. Joan S. Luna

2.- David Bowie

(RCA / Sony)
(POP) Pese a ese oscuro telón de fondo, en “★” encontramos todos los elementos que hicieron de Bowie una estrella. A saber: su inconfundible interpretación vocal y una extraordinaria capacidad para facturar estribillos arrebatadores. Así, la sencilla “Sue (Or in a Season of Crime)” o la fantástica “Girl Loves Me” (escrita en Nadsat, el idioma ficticio de “La Naranja Mecánica”) bien podrían encajar en su trilogía de Berlín. Aunque tampoco desentonarían en “Outside” (Virgin, 96). Curiosamente ambos temas cuentan con la presencia de James Murphy (LCD Soundsystem) como percusionista adicional. Pero son los dos últimos cortes, “Dollar Days“ (la más Ziggy del lote) y, sobretodo “I Can’t Give Everything Away”, donde el genio británico aparta lo accesorio y se muestra con autentica e inesperada emotividad. Sobre un solo de saxo tan pretendidamente anti-cool que resulta cool, Bowie reivindica su necesidad vital de mantenerse alejado del foco mediático. Un desenlace confesional y sincero que revela la humanidad detrás del icono. Y es que, bajo capas de retorcido vanguardismo, “★” esconde un álbum de pop mayúsculo que se vuelve más convincente a cada escucha.
Esta mañana nos despertábamos con la noticia del fallecimiento de David Bowie y el disco entero toma un cáliz espectacular de despedida por todo lo alto. Lo que sólo podíamos intuir a través de sus crípticas letras tristemente se confirma. La vida de David Jones se estaba apagado y él era plenamente consciente de ello. Antes de marcharse del todo, en un acto de extraordinario altruismo, ha querido dejarnos una último regalo en forma de obra maestra. Tomás Crespo

1.- Nick Cave & The Bad Seeds

“Skeleton Tree”

(Kobalt / Popstock!)
(CANCIÓN) En un momento determinado de “One More Time With Feeling”, el documental sobre el proceso de grabación de este disco, Nick Cave hace un comentario a propósito de sus trabajos recientes: “Eran canciones bonitas”, dice con un gesto que puede interpretarse como de desdén, inédito para alguien que siempre ha defendido su producción musical con uñas y dientes. Desde su posición de aristócrata del rock, superados los vaivenes que ocasionó la huida de Blixa Bargeld y con los Bad Seeds -ahora “de Warren Ellis”- otra vez engrasados, Cave ha venido explotando esa faceta de crooner moderadamente salvaje que le canta con igual efectismo (y efectividad) al cielo y al infierno, al amor que a la falta de él. El culmen de esa exquisita farsa bien pudo ser “20.000 días en la tierra”, documental de 2014 en el que el personaje se sitúa al borde de la autoparodia.
Con sus palabras Cave coloca “Skeleton Tree” definitivamente en otra dimensión como punto y aparte en su trayectoria, a pesar de compartir métodos de trabajo con álbumes recientes, en concreto sus bandas sonoras junto a Ellis: a partir de una estructura mínima, las canciones crecen alrededor de las letras del australiano con aportaciones de sus músicos, Ellis, Sclavunos, Casey, Wydler y Vjestica. Es una fórmula de caos controlado que por momentos puede colapsar y casi siempre empuja las canciones en direcciones inesperadas. También una suerte de daguerrotipo bastante fidedigno de las vibraciones dentro del estudio. Y esa es la principal diferencia y también el valor de “Skeleton Tree” frente a discos como “Push The Sky Away” o “Dig, Lazarus Dig!!!”. Este álbum es, por encima de todo, un estado de ánimo, la tabla de salvación a la que aferrarse en el momento en que quedó claro que seguir adelante era la única opción posible.
A lo largo de sus cuarenta minutos de duración -también en ese sentido “Skeleton Tree” huele a clásico- no se pronuncia ni una sola vez el nombre de Arthur, pero la presencia de su ausencia sobrevuela un disco que corta la respiración cuando arranca (“Jesus Alone”): “Caíste desde cielo / Te estrellaste en un campo / Al lado del río Adur / […] Con mi voz te estoy llamando”. La narrativa marca de la casa deja paso a una serie de poderosas imágenes en las que iconografía “caveiana” de lo bíblico y la América gótica adquiere una nueva y escalofriante reinterpretación. “Nada importa realmente cuando aquel que amas se va / Todavía estás dentro de mí, nena / Te necesito en mi corazón”. En otro contexto temas como “I Need You” no pasarían de estándares. Hoy, aunque Cave ha explicado que parte de las letras se escribieron antes de la muerte de su hijo, resulta imposible no ligar ambas. En el documental de Andrew Dominik se habla de fatales coincidencias y del carácter “profético” de algunos escritos del pasado. Si ese es el caso de los pasajes más pornográficos en “Skeleton Tree”, la decisión de mantenerlos dentro del disco casi dice más de la voluntad de Cave y de su relación con esta colección de canciones que si hubieran surgido a posteriori…
Buena parte de las decisiones estrictamente musicales en el disco también resultan reveladoras. Desde luego la inédita fragilidad vocal del australiano en “Girl In Amber”, “I Need You” o “Distant Sky”. O el nulo protagonismo instrumental de unos Bad Seeds que se limitan a ejercer de testigos aportando coros solemnes y un colchón sonoro para que Cave desarrolle esas minimalistas melodías de piano. La secuenciación nos transporta desde la aterradora oscuridad inicial de “Jesus Alone” a una recta final en la que el dúo junto a la soprano danesa Else Torp (“Distant Sky”) hace las veces de bisagra. El tratamiento instrumental de la canción, cercano al ascetismo, enmarca una conversación entre hombre y mujer que enfrentan miedos ante la muerte: “Nos dijeron que nuestros dioses nos sobrevivirían / Nos dijeron que nuestros sueños nos sobrevivirían / Pero nos mintieron”, dice él. A lo que ella responde: “Vamos ya mi único compañero / Preparémonos para los cielos distantes / Pronto los niños habrán crecido / Esto no es para nuestros ojos”. A continuación la canción que da título al disco también le pone punto y final con lo más parecido a una victoria que podría sacarse de todo este montón de ruinas. Por primera vez reconocemos a los Bad Seeds –y hasta un ritmo de batería, ausente los 35 minutos previos- para terminar con una letanía que se pelea con la voz apesadumbrada de Cave: “Todo está bien ya / Todo está bien ya…”.
“Y si quieres sangrar, déjalo sangrar”, se canta en “Girl In Amber”. Inevitablemente el veredicto sobre “Skeleton Tree” está condicionado por todo lo acontecido. Es más, no es descabellado pensar que desde algunas tribunas se eleve a juicio moral la decisión de Cave de convertir una tragedia (su propia tragedia) en ejercicio artístico. Personalmente, creo que la habilidad de transformar las propias emociones en obras de carácter universal diferencia al artista de los que no ejercemos como tal. Sin ir más lejos, algo similar vivimos a principios de este mismo año con la angustia en diferido de David Bowie. El estremecimiento asociado a “Skeleton Tree” justifica más que de sobra que se señale el decimosexto disco de Nick Cave como una de las obras capitales en su carrera -una carrera, por otra parte, jalonada de discos sobresalientes-. Pero, más allá de lo inevitable de echar mano del background, también es de justicia señalar que el australiano ha completado su mejor colección de canciones desde al menos “The Boatman’s Call” -tal vez su mejor colección de canciones, a secas-, ejerciendo de médium y canalizando a través de la música un devastador terremoto interior. A la postre y más allá de las circunstancias que rodean al acto creativo -de los hábitos autodestructivos que se intuían en “Tender Prey” o del naufragio sentimental que hace dos décadas inspiraba canciones como “Into My Arms”- lo que con el tiempo permanece, lo verdaderamente valioso, es la capacidad de conmover. “Y este es el momento, esto es exactamente para lo que ella nació / Y esto es lo que hace y lo que ella es”.
Luis J. Menéndez

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