Coleccionando vinilos - 171 - THE CLASH "London Calling" (1979)
Cara uno | ||||||||||
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N.º | Título | Escritor(es) | Vocales | Duración | ||||||
1. | «London Calling» | Joe Strummer, Mick Jones | Strummer | 3:19 | ||||||
2. | «Brand New Cadillac» | Vince Taylor | Strummer | 2:09 | ||||||
3. | «Jimmy Jazz» | Strummer, Jones | Strummer | 3:51 | ||||||
4. | «Hateful» | Strummer, Jones | Strummer | 3:22 | ||||||
5. | «Rudie Can't Fail» | Strummer, Jones | Strummer, Jones | 3:26 |
Cara dos | ||||||||||
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N.º | Título | Escritor(es) | Vocales | Duración | ||||||
1. | «Spanish Bombs» | Strummer, Jones | Strummer | 3:18 | ||||||
2. | «The Right Profile» | Strummer, Jones | Strummer | 4:00 | ||||||
3. | «Lost in the Supermarket» | Strummer, Jones | Jones | 3:47 | ||||||
4. | «Clampdown» | Strummer, Jones | Strummer, Jones | 3:50 | ||||||
5. | «The Guns of Brixton» | Paul Simonon | Simonon | 3:07 |
Cara tres | ||||||||||
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N.º | Título | Escritor(es) | Vocales | Duración | ||||||
1. | «Wrong 'Em Boyo» (including Stagger Lee) | Clive Alphonso | Strummer | 3:10 | ||||||
2. | «Death or Glory» | Strummer, Jones | Strummer | 3:55 | ||||||
3. | «Koka Kola» | Strummer, Jones | Strummer | 1:45 | ||||||
4. | «The Card Cheat» | Jones, Strummer, Simonon, Topper Headon | Jones | 3:51 |
Cara cuatro | ||||||||||
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N.º | Título | Escritor(es) | Vocales | Duración | ||||||
1. | «Lover's Rock» | Strummer, Jones | Strummer | 4:01 | ||||||
2. | «Four Horsemen» | Strummer, Jones | Strummer | 3:00 | ||||||
3. | «I'm Not Down» | Strummer, Jones | Jones | 3:00 | ||||||
4. | «Revolution Rock» | Jackie Edwards, Danny Ray | Strummer | 5:37 | ||||||
5. | «Train in Vain» | Strummer, Jones | Jones | 3:11 |
Personal
- Joe Strummer – vocalista y voz de acompañamiento, guitarra rítmica, piano
- Mick Jones – guitarrista líder, piano, vocalista y voz de acompañamiento
- Paul Simonon – bajo eléctrico, voz de acompañamiento (vocalista en "The Guns of Brixton")
- Topper Headon – batería, percusión
- Mickey Gallagher – órgano
- The Irish Horns – instrumentos de viento
- Guy Stevens – productor
- Bill Price – ingeniería
- Jerry Green – segundo ingeniero
- Pennie Smith – fotógrafo
- Ray Lowry – diseñador gráfico
Puede que ni el archivero más quisquilloso haya conseguido contar aún todos los discos que se han editado en más de medio siglo de rock’n’roll. Por eso es normal que no haya dos listas que coincidan al cien por cien en cuáles son los mejores después de todas las volteretas que ha dado el invento. Ahora bien, este es uno de los que más consenso ha causado: “London Calling”, tercer álbum de The Clash, grabado y publicado en diciembre de 1979, el otoño del punk. A toda prisa, como si nada. Un doble LP plagado de hits que toda la vida se ha vendido a precio de serie media, igual que “Sandinista!” (1980), un triple LP menos afortunado que apareció solo un año más tarde. The Clash tenían estas cosas.
Mientras los Sex Pistols habían nacido prisioneros de la codicia de Malcolm McLaren, The Clash fueron un caudal creativo independiente (sobre todo respecto a la multinacional que los tenía en nómina) que nunca olvidó el compromiso con los suburbios londinenses de donde procedían (bien, es de dominio público que Joe Strummer “se escapó” de una familia bien, pero hoy todavía se le puede ver tocando en casas ocupadas) ni con los del resto del planeta. Mick Jones había sacado el nombre del grupo de un grafiti en el muro de la autopista que hacía de frontera entre su barrio y una de las zonas más acomodadas de la ciudad. Claro que Paul Simonon también se atribuye el bautismo, después de comprobar que la palabra “clash” estaba presente en la mayoría de las noticias que se publicaban en los periódicos británicos de la época. En cualquier caso, el conflicto, el choque, el enfrentamiento, vienen de visita.
Lejos de vivir encerrados y de emprenderla con la población inmigrante que ya era común en las calles donde habían crecido, The Clash se impregnaron de cosmopolitismo, se dejaron llevar por la marea de diversidad que invadía Portobello y por el ritmo caribeño del Roxy, un templo punk donde siempre se acababa bailando reggae porque el DJ era jamaicano y en esos tiempos todavía no encontraba suficientes discos de punk rock en las tiendas para llenar una noche de música.
Y The Clash decidieron que al punk le convenía ver mundo. Por eso se tomaron en serio lo que Estados Unidos tenía que ofrecerles como fuente cultural y musical inagotable, por eso también se fueron a Jamaica a la primera ocasión y conocieron a Lee Perry. Y tal vez por eso mismo se apuntaron a todas las causas perdidas tiñendo su obra de un idealismo de izquierdas que casi siempre fue antagónico a la anarquía o al simple nihilismo propuestos por sus compañeros de generación.
El idealismo punk de Topper Headon, Mick Jones, Paul Simonon y Joe Strummer en una obra que propone salidas y respuestas.
Todo esto cristalizó de un modo exuberante en “London Calling”. Strummer, Jones y Paul Simonon, a esas alturas con Topper Headon bien asentado en la batería, estuvieron sembrados en el momento de parir este disco. Lúcidos hasta en los instantes de furia: la misma portada –Simonon, capturado en blanco y negro por la fotógrafa Pennie Smith, a punto de estrellar su bajo contra el suelo– marca una huella inconfundible y, por supuesto, también ha figurado en todas las listas de las mejores portadas de la historia habidas y por haber. El diseño recuerda sospechosamente al primer álbum de Elvis Presley, editado en 1956. ¿Homenaje o pedorreta? Podríamos dudar a la escucha de “London Calling”, el tema titular que abre el disco como un ciclón y que alude entre otros argumentos apocalípticos a la liquidación de aquella “ridícula beatlemanía”. No es de extrañar que a George Harrison el punk le pareciera tan asqueroso que se llegara a plantear la retirada de la música.
Y es que The Clash fueron de lo más punk, aunque no se lo parezca a quienes se acercan a “London Calling” más de dos décadas después. Desde luego, no es search & destroy. Es una obra que propone salidas y respuestas, la solución más cuerda y entusiasta al callejón sin salida en que se había metido el punk denunciando que todo el pasado había sido decadencia. Como todos los grandes discos, tiene la virtud de reciclar, filtrar, reinventar y generar. Hay rock clásico y hasta apuntes de rockabilly, además de la evidente inmersión, honesta y respetuosa, en la música de baile de la época, el reggae y todas sus variantes.
Sin complejos. Como en la letra de “Spanish Bombs”, una denuncia a los estragos de la Guerra Civil española que hace sonrojar a cualquiera que entienda mínimamente el castellano. Esa falta de complejos es también la manera idónea de acercarse a “London Calling” con toda la comercialidad que atesora, en potencia. Que Pulp rindieran tributo a “Lost In The Supermarket” en “Common People” o que el exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, fuera recibido a ritmo de “Rudie Can’t Fail” hace cuatro días son solo detalles. En poco más de una hora, The Clash le regalaron al futuro un puñado de clásicos eternos como “Jimmy Jazz”, “Hateful”, “The Right Profile”, “Clampdown”, “The Guns Of Brixton”, “Death Or Glory” o “Revolution Rock”, lo suficientemente recuperados y revisionados para que veinte años después de su desaparición ni siquiera notemos su ausencia
Es el año 1979. La conservadora Margaret Thatcher acaba de tomar posesión como primera ministra del Reino Unido. Desde Downing Street, la mujer conocida con el sobrenombre de La Dama de Hierro aplicará una agenda de privatizaciones y recortes sociales. Entre tanto, un desarrapado que arrastra acento medio escocés como herencia materna desfila por los escenarios del país con una pegatina del Frente Sandinista de Liberación en la guitarra y el mensaje: “Nicaragua, un pueblo en lucha”. Casi una evocación del “esta máquina mata fascistas” que lucía en su instrumento el legendario músico de folk Woodie Guthrie.
'London calling' funciona como obra unitaria porque tiene un tema principal. Ese tema, como no podía ser de otra manera en su contexto social, es la derrota, y los protagonistas de las canciones son los perdedores
El desarrapado en cuestión, el cantante y guitarrista Joe Strummer (Ankara, Turquía, 1955–Somerset, Reino Unido, 2002), que ocasionalmente también osa lucir provocadoras camisetas del grupo armado alemán Fracción del Ejército Rojo, no pasa por su momento más boyante. Aunque la banda que lidera, The Clash, es uno de los pilares de la explosiva escena punk británica, dista mucho de gozar del éxito popular necesario para tener garantizada una subsistencia económica. Tampoco tiene pinta de que el propio movimiento vaya a sobrevivir comercialmente y Thatcher bien parece encarnar la representación material de su derrota.
En este desalentador ambiente, Strummer y los otros componentes de The Clash —el también guitarrista Mick Jones (Londres, 1955), el bajista Paul Simonon (Brixton, 1955) y el batería Topper Headon (Kent, 1955)— deciden conjurarse y apostar a doble o nada. Después de dos discos esenciales para el género, el epónimo The Clash (1977) y su sucesor Give ‘em enough rope (1978), la banda echará el resto con un álbum doble de 19 canciones mucho más allá de los límites de la etiqueta punk. Y con un lanzamiento en fechas idóneas para regalarlo a los seres queridos, como bromearía Jones, el guitarrista, en declaraciones a Trouser Press: “Es como nuestro recopilatorio de 20 grandes éxitos. Sabíamos que iba a salir en Navidad, así que lo hemos preparado para poder competir con los discos de 20 grandes éxitos del resto de grupos”.
El álbum, una mezcla elaborada e inimaginable de su característico rock combativo con la canción tradicional estadounidense, el reggae, el ska o las músicas del mundo, se convertirá en un éxito mundial que catapultará al grupo y le colocó entre los más influyentes del siglo XX. Se publicó hace hoy 40 años y lleva por título London calling.
El poso e influencia del tercer trabajo de The Clash abarca generaciones. Tom Morello, guitarrista del de Rage Against the Machine o Audioslave, dijo de él a la revista Classic Rock en 2016: “Una semana después de la primera escucha, escribí la primera canción política de mi vida. The Clash me empujaron a hacer música con contenido político y a tomar una postura ideológica”. Aunque es difícil saber si la banda decidió premeditadamente alejarse del estilo punk al considerarlo agotado, lo que resulta evidente escuchando London calling es que nunca estuvo sobre la mesa abandonar sus principios básicos, tal y como ellos los entendían. Esto es: rebeldía contra el statu quo, rechazo de todo dogmatismo, horizontalidad y, desde luego, inequívocos y contundentes planteamientos de izquierda.
En lo musical, de hecho, estaban emprendiendo un camino que también recorrerían otros compañeros suyos de generación; sin ir más lejos, John Lydon —antes conocido como Johnny Rotten—, exlíder de la otra gran banda emblemática del momento, Sex Pistols, exploraba también en ese momento fusiones de géneros con los innovadores Public Image Ltd. Así lo analiza Mick Jones, en declaraciones recogidas por la revista Long Live Vinyl: “El punk se estaba quedando más y más estrecho, como concentrado en una esquina. Pensamos que nosotros podíamos hacer cualquier tipo de música”. Era el tiempo del pospunk.
Su interés tampoco era flor de un día. Al menos Joe Strummer con su anterior formación, los protopunk The 101ers, ya se había atrevido en directo a versionar composiciones tan heterodoxas como el clásico popular negro Junco partner, Out of time (The Rolling Stones) o Gloria (Van Morrison). De hecho, en una de las páginas del libro The Clash (2008, Global Rythm Press), que recopila textos firmados por todos los miembros de la formación clásica, Strummer admitía haberse esforzado en “desaprender” lo que sabía sobre rock clásico cuando estalló el movimiento punk: “Fue como volver a la casilla de inicio, al año cero. Parte del punk consistía en desprenderte de todo lo que conocías antes. [...] Había que deshacerse de nuestra manera de tocar en un intento febril por crear algo nuevo”.
Para hacer explícito en London calling el nuevo hermanamiento entre la tradición estadounidense y los mismos punks que, solo dos años antes, habían compuesto un tema como I’m so bored with the USA (Estoy muy aburrido de Estados Unidos), se eligió una foto del bajista Paul Simonon haciendo trizas su instrumento, en una portada diseñada con la estética, colores y tipografía del disco debut de Elvis Presley.
Con ecos de opera rock, London calling evidentemente no es un álbum que presente una historia definida pero, sin duda, funciona como obra unitaria porque tiene un tema principal. Ese tema, como no podía ser de otra manera en su contexto social, es la derrota, y los protagonistas de las canciones son los perdedores.
El discurso de 'London calling' continúa activo como el primer día. El partido de Margaret Thatcher ha conseguido esta semana, con Boris Johnson a la cabeza, su mayor resultado electoral desde… los tiempos de Margaret Thatcher
Por las letras (mayoritariamente de Strummer, pero también con muy notables aportaciones de Mick Jones, como es el caso de Train in vain, y Paul Simonon, responsable de la icónica The guns of Brixton) circulan tipos marginales, bandidos y héroes callejeros: desde ese Jimmy Jazz al que busca la policía y del que nadie suelta prenda, hasta los rude boys (Rudie can’t fail), el nombre con el que se denominaba a los guetos de jóvenes de origen jamaicano que vivían en el Reino Unido y que frecuentemente eran víctimas de la xenofobia y el acoso policial. La subcultura de los rude boys acabaría popularizándose con el ska, su particular manera de bailarlo y su relectura de las viejas ropas de gángsteres.
El propio corte que abre el disco y le da título, London calling, es una referencia a los boletines radiofónicos (“Londres emitiendo…”) que se ofrecían durante los bombardeos alemanes a la capital del reino en 1940 y 1941, y se enmarca en un clima de razonable pánico nuclear tras el accidente en la central de Three Mile Island, en Pensilvania, a principios de año. En ese paisaje apocalíptico, la letra también menciona la brutalidad de los cuerpos de seguridad o incluso el riesgo de desborde del río Támesis que amenazaba con inundar el centro de Londres. En el verso “phony beatlemania has bitten the dust” (“el camelo de la beatlemanía ha mordido el polvo”), Strummer parece introducir el primer dardo envenenado de la función: la metáfora del fracaso de una generación que se había creído capaz de soñar con un mundo distinto y que, sin embargo, se estaba teniendo que resignar a contemplar su giro autoritario.
En el punk, sin embargo, la derrota siempre va asociada a la resistencia, por fútil que esta resulte. Las clases populares que tratan de salir adelante contra viento y marea protagonizan la emocionante y enérgica I’m not down, la historia de alguien a quien la vida ha golpeado de todas las maneras, pero sigue en pie; o, sobre todo, la melancólica Lost in the supermarket, una delicada composición donde Strummer, según reveló en una grabación hecha pública en el documental conmemorativo Making of London Calling: The Last Testament (2004), trató de dibujar la infancia de su compañero de banda Mick Jones, que creció en un piso bajo de las afueras de Londres junto a su madre y su abuela. Jones cantó la canción a petición de Strummer, que la definía como “un relato de superación”.
Mick Jones no fue la única persona cercana que sirvió de inspiración a Joe Strummer: el vocalista también tuvo tiempo de dedicar una canción encubierta a su productor, Guy Stevens: The right profile, posiblemente el corte más estrafalario del álbum, y aparentemente un tema que se burla de los conocidos problemas con el alcohol de Montgomery Clift. Stevens no solo tenía problemas igual de graves (de hecho, CBS prefería no contar con él y acabó cediendo por su amistad con Paul Simonon), sino que manejaba una disciplina de trabajo excéntrica: hay fotos de las sesiones en estudio donde se le ve tirando sillas para, en teoría, crear una atmósfera suficientemente tensa que diera a las canciones la fuerza que necesitaban. Johnny Green, uno de los asistentes de la banda, describía el poder de Stevens de la siguiente forma: “Su mundo estaba ardiendo y él quería avivar las llamas”.
Pero quizás lo que convierte al álbum en una obra maestra es el nítido diálogo que plantea entre sus mensajes políticos y el sonido de las canciones. London calling tiene una vocación aglutinadora e internacionalista, algo que se plasma por igual en la asimilación de culturas musicales heterogéneas y en el recurso a temáticas como la de Spanish bombs, que recoge el testigo romántico de los brigadistas extranjeros que viajaron a España a defender la democracia y la República en la Guerra Civil. Escrita en un registro próximo a lo observacional, la canción entrelaza pasajes del conflicto, como el asesinato del poeta Federico García Lorca a manos de los franquistas, con el amor condenado al fracaso entre una mujer y un miliciano foráneo que se despide chapurreando un castellano torpe: “Yo te quiero y finito, yo te acuerda, oh, mi corasón”.Guy Stevens falleció solo dos años después de la grabación de London calling, por una sobredosis de fármacos. The Clash lanzó en 1982 una canción dedicada a su memoria, Midnight to Stevens.
Algo parecido sucede en el himno Clampdown, dedicado a los jóvenes rebeldes que luchan contra el orden establecido, y que incluye un guiño a los movimientos socialistas emergentes en ese momento en Latinoamérica: la mención en español a los “presidentes” malvados que buscan restringir derechos civiles.
London calling fue incluido como uno de los diez mejores álbumes de todo el mundo (sexto puesto) en las dos votaciones organizadas por la revista estadounidense Rolling Stone en 2003 y 2012, en las que participaron cerca de 300 artistas, periodistas y profesionales de la industria. Según el agregador sueco Acclaimed Music, la mayor base de datos de críticas musicales, se trata también del octavo disco más valorado de todos los tiempos y el primero de una banda de punk-rock. Ha vendido dos millones de ejemplares.
London calling también granjeó a The Clash el respeto de muchos que les habían despreciado, como fue el caso del crítico Charles Shaar Murray, de New Musical Express, a quien no le quedó más remedio que desdecirse de las palabras que había pronunciado tres años antes sobre el grupo: “Son una banda de garaje y deberían volver allí cuanto antes, preferiblemente con la puerta cerrada y los motores encendidos”.
También su tardía fecha de publicación motivó polémicas bibliográficas: que se editara un 14 de diciembre de 1979 dejó obsoletas muchas listas de los mejores álbumes de los 70 que estaban difundiendo, con precipitación, las cabeceras musicales. Otras, como Rolling Stone, directamente llegaron a nombrarlo mejor álbum de la siguiente década al tomar como referencia su lanzamiento en enero de 1980 en Estados Unidos. Cabe señalar que, según el Diccionario Panhispánico de Dudas, una década comienza con un año acabado en 1 y termina con otro acabado en 0, de modo que en 1980 seguía, técnicamente, siendo un disco de los 70.
Beatrice Behlen, comisaria de la exposición conmemorativa sobre London calling que el Museo de Londres acoge actualmente hasta abril de 2020, dice a ICON hoy del disco: “Muchas cosas continúan destacando, desde la amplitud de los estilos musicales que confluyeron en su sonido hasta cómo las letras reflejaban una serie de temas de la historia de la ciudad que tienen resonancia en la actualidad, además de la estrecha relación que mantuvieron la banda y sus colaboradores”, en referencia a los partidos de fútbol que el grupo jugaba contra los técnicos del estudio en los descansos de las grabaciones, para desconectar. Entre los objetos de la exposición no llega a estar el balón con que se disputaban esos encuentros, pero sí el desventurado bajo de Paul Simonon de la famosa portada.
The Clash lograron mantener un gran nivel de ventas en los siguientes trabajos: si bien Sandinista! (1980) no ha tenido las mismas cifras con el tiempo, en su momento se vendió igual de bien que London calling, y en 1982 Combat rock (que traía clásicos instantáneos de la banda como Should I stay or should I go o Rock the casbah) fue un éxito aún mayor.
Tras ese último disco, el batería Topper Headon fue expulsado de la banda por Strummer debido a su adicción a la heroína, y le seguiría Mick Jones. Los músicos lograron retomar la amistad y en 2002 el guitarrista accedió a volver a interpretar en un concierto varios temas de The Clash junto al grupo de Strummer, The Mescaleros. No hubo tiempo para plantear nada más: en diciembre de ese año, Joe Strummer murió repentinamente a consecuencia de una enfermedad del corazón no diagnosticada.
El discurso de London calling, sin embargo, continúa activo como el primer día. Ya no vivimos instalados en el pánico nuclear de entonces, pero sí en la crisis climática. El partido de Margaret Thatcher ha conseguido esta semana, con Boris Johnson a la cabeza, su mayor resultado electoral desde… los tiempos de Margaret Thatcher. Los inmigrantes vuelven a estar en el centro de la diana en Reino Unido.
Durante años, The Clash representaron la alternativa social y comprometida frente al nihilismo destructivo y orgullosamente superficial de Sex Pistols. Pero 40 años después, parece pertinente preguntarse: ¿y si realmente no había futuro?
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